Un buen gestor debe caracterizarse, entre otras cualidades, por el acierto en la elección de sus interlocutores a la hora de relacionarse con la plantilla que dirige. El Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) es, muy probablemente, la empresa más difícil de manejar de la región. Hablamos de más de 5.000 trabajadores, de muy diversas categorías y cualificaciones, con un promedio de edad elevado, en su mayoría con un puesto de trabajo blindado y que, en su conjunto, velan por uno de los bienes más preciados de las personas: la salud.

Sin duda, para el gerente del HUCA, sea quien sea, no resulta sencillo determinar quiénes son sus interlocutores más válidos si es que pretende que el buque-insignia de la sanidad pública asturiana no ande vagando sin rumbo por los mares del caos y el desconcierto. Lo que sí es seguro es que, en los últimos tiempos, la interlocución entre el puente de mando y la tripulación no existía (y, si existía, no funcionaba). Y esa carencia se ha hecho más patente en los cuatro últimos meses, a raíz del traslado del Hospital a la nueva sede de La Cadellada, con todos los problemas que esta mudanza ha acarreado tanto para los trabajadores como para los pacientes.

Éste es el panorama que ha heredado Manuel Matallanas al hacerse cargo, hace poco más de tres semanas, de la dirección del HUCA, en sustitución de Jaime Rabanal. Un paisaje al que hay que sumar un factor determinante: la falta de dinero. Más dinero no solucionaría todos los problemas del Hospital Central, pero contribuiría a mitigar algunos. Eso sí: empleado con unos criterios extremadamente estrictos, pues determinadas áreas del HUCA pueden llegar a constituir un pozo sin fondo.

En lo que va de legislatura (tres años y pico), el HUCA acumula unos niveles de inestabilidad sin precedentes. Llegó Foro al Gobierno de Asturias y echó con cajas destempladas a Mario González, quien ocupaba la gerencia desde 2007. Con todas las imperfecciones que quieran atribuírsele, Mario González tiene mucho oficio, nunca ha estado marcado políticamente y conocía al dedillo tanto el centro hospitalario como el proceso de traslado.

Los casquistas trajeron de Galicia a Juan José Pérez Blanco, un ingeniero industrial de buen talante y trayectoria ascendente -actualmente es director de gestión del Hospital Universitario La Paz- pero que seguramente no cumplía el perfil requerido y al que, desde luego, no se le otorgó desde la Consejería de Sanidad y el Sespa libertad alguna: se le dio un equipo ya formado que tutelaba todos sus movimientos.

Volvió el PSOE y optó por Jaime Rabanal. Pese a su experiencia previa en el ámbito sanitario y como consejero de Economía y Hacienda en los sucesivos gobiernos de Vicente Álvarez Areces, Rabanal y su segundo de a bordo, Antonio Álvarez, nunca llegaron a ser percibidos como líderes de un proyecto sólido. También es cierto que el traslado del Cristo a La Cadellada entrañaba unas dificultades muy serias que, finalmente, se los ha llevado por delante. Por otra parte, pocos ignoraban que las relaciones entre Rabanal y sus superiores políticos eran manifiestamente mejorables.

Y ha llegado Manuel Matallanas con una importante experiencia en el ámbito de la gestión y un perfecto conocimiento del HUCA y del modo en que se ha llevado a cabo el traslado. Pero en la gestión del Hospital Central, y máxime en el momento actual, el currículum no es suficiente. Matallanas va a necesitar buen criterio, autonomía para adoptar decisiones, apoyo desde las instancias políticas, habilidad para elevar la moral de una tropa desmotivada y algo más de dinero para aligerar las listas de espera y mejorar ciertos aspectos de la asistencia.

La gran novedad estriba en que este pasado jueves se reunió en su despacho con un grupo de médicos que parecen sinceramente dispuestos a contribuir a que el nuevo HUCA se convierta en un buen hospital, y no en un edificio de lujo, carísimo de mantener e inútil para un amplio espectro de la población asturiana. Una porción relevante de los nuevos interlocutores de Matallanas constituyen algo así como la "clase media" del HUCA: médicos de edad intermedia, que aportan valor añadido, que no desempeñan cargos y a los que se presupone la intención de situar al equipo directivo ante la realidad de las cosas, sin edulcorantes ni colorantes.

Veremos hasta dónde llega esta vía de diálogo. De ambas partes depende. Naturalmente, nadie cuestiona la legitimidad de los mandos intermedios -jefes de área, de servicio, de sección...-, por más que entre ellos haya unos profesionales excepcionales y máximamente comprometidos, y otros que o son sencillamente unos incapaces o sólo persiguen su propio beneficio.

Pero el camino que quiere abrir esta "clase media" puede dar lugar a un nuevo cauce, complementario de los oficiales, por el que fluyan estímulos, complicidades y ganas sinceras de convertir al HUCA en el instrumento en el que los asturianos hemos invertido unos 500 millones de euros. Y en el centro sanitario por el que la mayor parte de los asturianos vamos a tener que pasar, tarde o temprano, como acompañantes y, a la postre, como usuarios.