Crítica

Privilegio en el foso

De nuevo la presencia de Muti en Oviedo, esta vez en el foso del Campoamor, ha supuesto un auténtico acontecimiento operístico, también en el ámbito nacional e internacional incluso, ya que Muti ha dirigido este año en Italia sólo esta ópera en Ravena, de donde viene íntegra la producción. Muti como especialista absoluto en Verdi, y con una incontestable obra maestra en sus manos, maravilloso compendio de sabiduría operística italiana. Muti apuesta por su joven orquesta -con un aterciopelado sonido, chispeante y precisa-, y un grupo de cantantes igualmente jóvenes. Si bien no es el mejor elenco vocal que puede encontrar todo un Muti, resulta una declaración de intenciones, donde el maestro encuentra infinita entrega a la hora de trabajar muy intensamente cada personaje con máxima flexibilidad y ductilidad garantizadas. En "Falstaff" la orquesta no es el plato fuerte -aunque la riqueza de recursos es siempre magistral, hasta en el más seco o lacónico acompañamiento-, lo son los cantantes. El trabajo realizado con cada uno de ellos, con seguimiento casi paternal por parte de Muti, ha sido ejemplar en relación a un fraseo y una articulación exquisitos. Ópera especialmente de voces que en muchas ocasiones éstas se quedan solas, sin acompañamiento, como única garantía de continuidad musical y dramática. Especialmente difícil, con conjuntos que tienen que ir ajustados milimétricamente, como la mozartiana segunda escena del primer acto muy inteligentemente adelgazada para igualar el tamaño de las voces, aunque en esta especie de ocho más Fenton, éste quedó desdibujado en la voz del tenor, que canta en el conjunto pero con una línea melódica diferenciada, como personaje digamos químicamente enamorado que debe parecer ajeno a lo que le rodea, pero no ausente. O la gran fuga final, que es una forma expansiva pero que al mismo tiempo agrupa y cohesiona elementos dispares, qué mejor elección, y qué potencia en su desarrollo. En el aria del primer acto "L'onore! Ladri!" del protagonista, Malonov aportó todo lo necesario como barítono verdiano, cuerpo vocal rotundo, facilidad en el canto y dominio del rol. La cosa fue "in crescendo"; mejor el segundo acto. Además de las convincentes "Va,? vecchio John", o la arieta del "Quand'ero paggio del Duca di Norfolk", de Falstaff, destacó especialmente en este segundo acto el barítono Federico Longhi como un soberbio Ford que se lució en "È sogno? o realtà?"; quizás el cantante más completo del reparto, también corpulencia, excelente calidad y claridad en su lirismo y facilidad para llegar con expresión. El monólogo de Falstaff que abre el tercer acto "Ehi! Taverniere", fue otro de los momentos dramáticamente culminantes, introspectivo, y ya en el segundo cuadro y final se despliega por completo el aria de tenor, "Dallabbro il canto", gusto cantante por parte de Stier, en el "dolcissimo" que insiste Verdi en la partitura, aunque a su voz le faltó claramente peso y presencia. Lo mismo sucedió a la Nannetta de Damiana Mizzi, la voz más débil entre las principales, aunque cantó con gran delicadeza su romanza "Sul fil d'un soffie etesio". Destacó como voz femenina la bella voz de la soprano lírica Eleonora Buratto como Mrs. Alice Ford, y la mezzosoprano Isabel De Paoli, lástima un desdibujado en el registro medio. Bien y suficientemente contundente el no muy nutrido coro y cumplidor el resto del reparto.

La puesta en escena sin grandes pretensiones de Cristina Mazzavillani, esposa de Muti, funciona en líneas generales, y es fácil de transportar, imagino. Como homenaje al compositor sitúa la acción, prácticamente como telones de fondo, mediante un proyector -con frecuencia con más decibelios que los cantantes en sus solos-, en la casa natal de Roncole, en el interior del teatro de Busseto y en su Villa Sant'Agata. Pero lo más destacado, además la música, fue la manera de concertar de Muti, cómo planea el conjunto y el detalle, cómo lleva a los cantantes casi de la mano, siempre cerca, muy cerca de él físicamente en el escenario, como si fuese una ópera de cámara, llena de energía y en la que todo pasa a gran velocidad; o la aportación de los destellos de una orquesta siempre luminosa, colorista, o profunda en los tonos oscuros, también los silencios tajantes, expresivos y llenos de contenido que articulan el resto de la música. Muti en el foso como gran maestro concertador verdiano, ese ha sido el gran privilegio de la representación para los espectadores que casi llenaron la primera función pero que no agotaron localidades.

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