Mirador de sombras

El artesano de Saint-Omer

Un testimonio del hombre que talló el retablo de la iglesia de Llanes

Laurent Vital relata en su crónica del primer viaje de Carlos V (que llegó a ser Carlos V antes que Carlos I) a España, que paseándose por la costa del mar de Llanes con dos de las gentes del Rey, se les acercó "un buen hombre" presentándoseles como tallista de imágenes natural de Saint-Omer y establecido en Burgos, donde tenía su mujer y su hogar, y a quien don Juan Uría identifica con el nombre de León Picardo. Aquel día, 27 de septiembre de 1517, el artesano llevaba ya una temporada tallando un nuevo altar en la iglesia mayor de la villa y al escuchar el sonido de la lengua de Vital y sus acompañantes, se alegró mucho de descubrir eran del país de Flandes, entablándose entre los cuatro una amena conversación en la que llevó la voz cantante el tallista, por ser mejor conocedor de aquella tierra y habitantes y costumbres. De su competencia profesional nada diremos, ya que ha permanecido a lo largo de cinco siglos plasmada en las maravillas del retablo ahora restaurado y, en consecuencia, descubierto de nuevo. Además, el tallista era hombre de imaginación y ameno narrador de historias fantásticas que el cronista transcribe con detalle, demostración de que le habían impresionado. El tallista inicia su conversación con los cortesanos pidiendo nuevas de Flandes y seguidamente toma la palabra. Al lado de los paseantes rompía el mar. Aquella era zona de bufones que Vital se ocupa de describir de manera muy expresiva: la mar pulverizada salía de los sifones como una lanza contra el cielo. Aquel tramo de la costa era el más peligroso entre Asturias y Vizcaya, por encontrarse las montañas muy próximas al mar, y el tallista describe un naufragio en el que la nave rajó y se hundió sin supervivientes. Con tantos acantilados era buena mar para raqueros. Y había más: un griego que no se sabe por qué caminos había llegado a la villa costera asturiana era capaz de una sobrehumana resistencia bajo las aguas. Acaso fuera un antepasado del famoso hombre pez de Liérganes, en la vecina Montaña santanderina, de quien cuenta Feijoo. El griego descendió a explorar los restos de la nave hundida y encontró un terrible monstruo marino al que asustó haciendo chocar dos cacerolas; más después de este encuentro, se negó a seguir haciendo submarinismo. No acaban aquí sus aventuras, en las que no falta la intervención de una mujer enamorada de un joven que se bañaba en una orilla, poseedora de todos los atributos femeninos, "salvo que no hablaba y que tenía también aletas como un pez, cosa que las mujeres no tienen", certifica científicamente el cronista. Según don Juan Uría, esta leyenda "tiene todo el aire de un cuento propio del folclore del Atlántico septentrional". O bien, de una antigua novela griega, con su sucesión de raptos, naufragios y sirenas: no olvidemos cual era la nación del submarinista.

Vital nada dice de las tallas del Saint-Omer; sobre sus historias, se cura en salud: "Si es verdad lo que me contaba, yo no digo más que verdad, y si así no es, yo hablo conforme a lo que me contó".

Compartir el artículo

stats