Paulino Vicente: la revisión urgente de un gran artista

Hay que recuperar a quienes abrieron Asturias a otra forma de plasmar e interpretar

Se va acercando con rutina mecánica el siglo de aquella generación que quiso estrellar los relojes contra los muros de la tradición y romper el tiempo de la poesía vacua y las artes inútiles. Con razón señalaba Gerardo Diego que si realmente hubiera una Generación del 27, sin duda alguna Paulino Vicente pertenecería a ella. Pero esa pertenencia cierta, indudable en recorrido biográfico y progresión creativa, ha ido marginándose a favor del artista local, del paisajista amable o del retratista al uso como si se quisiera olvidar su raíz de artista vigoroso y nuevo, capaz de superarse y reflejar un mundo de expresión abierta acorde con las exigencias de su época.

El Paulino Vicente postrero, el catedrático eficaz en la pedagogía que iluminaba en sus obras las cualidades eternas del domino técnico en el dibujo y la pintura, fue antes y necesariamente uno de esos artistas que avanzaron en la ruptura con unos modelos que se les hacían pretéritos. Su amigo José Díaz Fernández anunciaba en 1919 que Asturias iba a tener en este pintor a un intérprete con una estética nueva, y esta predicción habría de cumplirse con creces al sumarse Paulino Vicente a la suerte y hazañas de esa "gente nueva" que vendría a trastocar la identidad de un arte no tan seguro ni satisfecho.

El artista ovetense sumará las constantes de su generación. De la formación local saltará como pensionado a la de San Fernando, donde coincide con Maruja Mallo, con el Alberti pintor, con Dalí. Convive en la Residencia de Estudiantes con la agitación poética y se reencuentra en Asturias con antiguos compañeros de diálogos: Gerardo Diego y Moreno Villa en un Gijón con la vida en claro sobre paisaje oscuro. Más luz en el Madrid de los banquetes del Hotel Nacional, de la tertulia de café, de las medianeras y los suburbios, y de la borrachera cromática de las verbenas y bailongos.

También el Madrid de la protesta contra el régimen y la agonía sangrienta de la aventura colonial africana, esa guerra de Marruecos en la que participa y que deja huella en sus paisajes de Larache. Hay también un Paulino Vicente comprometido, más allá de los tipos populares, que deja palpitar la herencia del padre sindicalista en el luminoso retrato de Pablo Iglesias y en una posición política siempre discreta pero firme.

Retornos y otras luces. Matrimonio y huella en ese "Retrato íntimo" de su esposa Pilar Serrano, que Francés consideró "obra excelente". Nueva pensión con Italia al fondo y pasajes urbanos con las tonalidades de ocaso de la plaza catedralicia que va a desaparecer. La huella de Zuloaga, maestro presente, revive en las composiciones de raza, tipos asturianos sobre paisajes fluidos de melancolía: "Soy un sensitivo algo tristón", dirá de sí mientras se suceden las exposiciones colectivas e individuales, con una presencia activa que hará que Pérez de Ayala, retratado en toda verdad, lo defina como "campeón pictórico".

No sólo eso. Vendrán también la modernidad de los dibujos y las ilustraciones, los diseños publicitarios y los carteles que le señalan liberado, más libre y espontáneo, frente a la formación académica. Afronta así etapas con un ojo en Asturias y otro circulante como un faro que detiene su foco en la otra vanguardia. Sus retratos de los años veinte se adentran en la década siguiente de la mano de un realismo mágico que suma objetividad y mundanidad en el bello retrato de Margarita Herrero de Tartiere, y de ahí esa novedad asumida como lenguaje propio que deslumbra en dibujos escuetos, certeros, contundentes, de esa modernidad constante que nunca lo abandonará.

Esta época fértil y las que se suceden tienen en Paulino Vicente una personalidad central del arte asturiano del siglo XX, reflejándose en ella la deriva pródiga en hallazgos y aportaciones de una generación prácticamente desconocida, que supo superar a los maestros en conflicto pacífico con las armas de una expresión nueva y rupturista. Toca ya una recuperación limpia y justa de esos artistas que, como Paulino Vicente, abrieron las ventanas de Asturias a los ojos ávidos de ver otros modos de interpretar y de plasmar.

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