Tino Pertierra

El hombre que quería meter miedo

Craven compensó títulos mediocres con dos obras que cambiaron el género

Wes Craven fue un director destacado en la historia del cine de terror porque dos de sus películas crearon tendencia. Ahora bien, ponerle en el mismo escalón regio que un Jacques Tourneur, un Terence Fisher o un Cronenberg (incluso un Carpenter, si me apuran) es a todas luces excesivo. Arrancó a principios de los 70 con La última casa a la izquierda, truculencias a tope rodadas con un estilo desaliñado y efectista que pronto se quedó caduco. Sin abandonar los presupuestos ínfimos y el abandono visual, Craven siguió en sus trece con Las colinas tienen ojos, tan cafre en su planteamiento como zafia en sus resultados. Ambas películas ostentan un prestigio como títulos de culto tan solo comprensible por la tendencia actual de adorar becerros de barro. Con Bendición mortal ya tuvo algo más de pasta y la imagen mejoró, no así el guión, tan absurdo que conseguía, sin pretenderlo, generar tensión por el simple hecho de que era imposible imaginar cuál sería el siguiente disparate. En La cosa del pantano destrozó un comic mítico así que nada hacía presagiar que, dos años después, mediados los 80, Craven encontraría un filón inesperado con Pesadilla en Elm Street, una cinta que, al margen de sus virtudes cinematográficas (apreciables, aunque lejos de la excelencia), creó todo un icono del terror, Freddy Krueger, y marcó a toda una generación. Por desgracia, las secuelas que vinieron luego y las innumerables copias de la idea (el terror habita en tus sueños y acuchilla tu realidad) fueron, en su mayoría, infames. Lo cierto es que Craven se hizo mucho más exigente técnicamente pero sus guiones (salvados a veces por sus hachazos de ironía) y repartos fueron siempre un lastre que hizo naufragar buenas historias (como La serpiente y el Arco Iris). Cuando el inteligente Kevin Williamson le escribió Scream, la cosa cambió y Craven volvió a dar en la diana con Scream, otro título que puso patas arriba el género jugando a mezclar cosquillas y escalofríos.

Compartir el artículo

stats