Crítica / Música

Concierto a la cíngara

Último concierto del ciclo veraniego con una propuesta un tanto diferente, al contar con el protagonismo escénico del címbalo húngaro como instrumento solista. Dos platos fuertes, además muy populares en el repertorio, Danzas eslavas nº 1, 5 y 8 op. 46 de Dvorák, de entrada, y Danzas húngaras nº 1, 2, 3, 5 y 6 de Brahms de salida, estas últimas también con el címbalo. En el medio valles y montañas, con obras muy del agrado del gran público. El breve y delicado Concierto para mandolina en Do mayor RV 425 de Vivaldi -interpretado aquí con el címbalo- resultó algo plano, faltándole quizás carácter y dinámica. La propia amplificación del instrumento no facilita esa necesaria, una veces extremadamente sutil y otras no tanto, riqueza dinámica del conjunto y el equilibrio natural con la orquesta. Otra de la complicaciones al amplificar el sonido viene por la permanencia de los armónicos del instrumento que no se apagan entre distintos acordes, lo que produce un efecto poco deseable. La tercera complicación puede ser no acomodarse tan orgánicamente a la pulsación. Desde el punto de escucha, quizás no tanto desde dentro de la formación, esto se percibió en distintos pasajes en donde, seguramente por efecto del retorno de dicha amplificación -incluso teniendo en cuenta el estilo y la faceta popular del propio instrumento- éste parecía ir milimétricamente un paso por detrás de la pulsación del conjunto. Mejor adaptado y aportando colorido extra, ese plus en el carácter popular, estuvo en las danzas rumanas de Bartók -de nuevo la información contenida en el programa es incompleta, parece marca del ciclo, ni en las danzas, seis danzas folklóricas rumanas, ni en los movimientos del concierto de Vivaldi, ni en las partes de la suite, no op.94 sino op.54, de Grieg-. Grieg fue para la orquesta en solitario y, de nuevo y hasta el final del concierto el címbalo se hizo con el protagonismo en las "Palotas" -o sea "Palotás", una más- de Erkel, las rapsódicas "Czardas" de Monti y también en el siempre genial, popular y enorme Brahms final, que tuvieron en la clara dirección del joven director mexicano Iván López Reynoso, compensación en el anclaje sinfónico del conjunto. El solista se lució, ya en solitario, en la propina de pulsación jazzística, cosechando grandes aplausos finales.

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