Tino Pertierra

Un creador magistral

Su extraordinario trabajo en "Solas" descubrió para el cine, ya en su madurez, a un gran y veraz actor

Juzgar el trabajo de Carlos Alvarez-Nóvoa sin haberlo visto en el teatro, donde desarrolló la mayor parte de su talento, obliga a asumir que la valoración será incompleta. Como ocurrió con otros muchos actores españoles como Jesús Puente, José Bódalo, Ismael Merlo o José María Rodero, esos titanes de la interpretación a los que las cámaras tuvieron delante en muy contadas (e insuficientes) ocasiones. Alvarez-Nóvoa subió a las tablas en 1957 por primera vez y sólo empezó a ser conocido en la gran pantalla gracias al éxito sorprendente de un título tan modesto como Solas al filo del nuevo siglo. Fue un "debut" impactante que le valió el "Goya" como actor revelación (tiene coña marinera la cosa) interpretando, a pesar de que solo tenía 58 años, a un anciano.

Fue uno de esos trabajos que deberían mostrarse en cualquier escuela de interpretación como ejemplo de veracidad, de sobriedad, de adaptación a un personaja hasta convertirlo en un ser de carne y hueso. Tan vulnerable en su incipiente decrepitud, pero tan orgulloso aún, tan digno. Tan entrañable. Además, se sirvió de un acento asturiano convincente y natural que sonaba de maravilla y que armonizaba con el acento andaluz de otros actores quitando ese barniz de uniformidad del que suele hacer monótona bandera el cine español.

En Solas estaba inmenso, sí, pero, a pesar de haber demostrando un talento desbordante, una profesionalidad sin fisuras y una bonhomía indiscutible que cualquiera que haya trabajado con él o lo haya entrevistado puede corroborar, ni el cine ni la televisión se preocuparon por ofrecerle papeles que estuvieran a su altura. En los que aceptó, casi siempre personajes secundarios en películas irrelevantes o de escasa repercusión comercial (tampoco manchó su carrera con productos de usar y tirar, solía alliarse con cineastas de vías secundarias) su trabajo siempre salía a flote. Le sobraban recursos, madurez, inteligencia y sensibilidad. Y cultura. Pocos actores podían competir con él en cuanto a conocimientos literarios, de ahí su experiencia de magisterio. Qué gozada debía ser una clase dirigida por Alvarez-Nóvoa. Con esa voz. Con esa calidez. Con esa calidad humana. Rejuveneciendo los clásicos.

A la espera de ver sus últimos trabajos (si llegan a nuestras desérticas pantallas, esa es otra) hay que quedarse con una interpretación máyúscula en la minúscula El violín de piedra, rodada con escasísimos medios y con un guión y una dirección escasamente inspirada. Pero Alvarez-Nóvoa estaba impresionante. Como siempre. Cada vez que sale en el plano, la atención del espectador queda cautiva de su mirada cargada de significados, de su voz profunda y elocuente.

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