Al final, el aura

Primer recital de estas Jornadas de Piano con la presencia de Stephen Kovacevich, que acaba de celebrar su 75.º aniversario. Con un programa imponente, de una belleza y profundidad que hacía presuponer una experiencia emocionante, sobrecogedora, que no lo fue, al menos, completamente. Se inició el recital con la "Sonata op.1" de Alban Berg. La bajura de la posición de la banqueta del piano, recordó la del perfil, particularmente bajo, de un Glenn Gould y su característica silla. La sonata de Berg, que nada tiene que ver con el atonalismo, es de un bello expresionismo posromántico, cautivador, sofisticado incluso en su poética atmósfera de inquietante tensión, quizás muy contenida en el "voltaje" expresivo propuesto por Kovacevich, donde hubo más sensibilidad que capacidad de arrebato y excitación en su desarrollo.

En las "Bagatellas op.126 n.º 1 y n.º 5" de Beethoven -en su pretensión compositiva, de menos valor-, y, sobre todo, en la "Sonata n.º 31 op. 110", se percibieron algunos de los menos buenos recursos pianísticos hoy al alcance del que ha sido gran intérprete beethoveniano. Entre los polos en los que osciló globalmente el recital estuvieron, por un lado la falta de cierto peso sonoro -comprensible en cierta manera en un intérprete de su edad-, unas desdibujadas en algunos momentos articulaciones -por ciertas limitaciones también de tipo mecánico-, y una dinámica algo horizontal. Y en el otro extremo, lo que se vislumbraba a través de un sensible gusto expresivo o una delicada, sutil, calidad sonora presente al margen de cualquier moda interpretativa actual, que compensaron los menores alardes técnicos o virtuosísticos. El rango dinámico tuvo entre el mezzo forte y el piano su máxima preponderancia, consideración y crédito, y también en el espacio para la visión más introspectiva, aunque lejos, al menos técnicamente, de un Beethoven pianístico de referencia.

La impresionante "Sonata n.º 21, D.960" de Schubert, como mínimo en proporciones de "duración celestial", en acabado y calibración de grandes arcos de articulación, en profundidad opalescente e íntima al mismo tiempo, tuvo un desarrollo algo irregular, especialmente en el Andante sostenuto, que mantuvo un discreto interés. También en un Scherzo y un Allegro ma non tropo finales, más titilantes en configuración externa, pero con algunas veladuras en la claridad del fraseo que moderaron su brillo. Un recital, en suma, con interés para aquel melómano entregado, sensible a cualidades excepcionales que se mostraron pero que en otras ocasiones sólo se intuyeron. El público tuvo, con el contenido aplauso final, un reconocimiento hacia la carrera del gran talento pianístico que ha sido Kovacevich, más en esencia, en esta ocasión, que en un inmaculado acabado pianístico, ya declinante. La "Sarabande" de la Partita n.º 4 en Re mayor, BWV 828 de Bach, de propina, dejó en un aire el poso, la quietud y el descanso del aura, el viento suave de la aceptación general.

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