Fado psicosaludable de Cristina Nóbrega y sus músicos

Llevo ya años dando la vara, en círculos cercanos de aficionados al fado, sobre las virtudes que esta poesía musicada tiene para mejorar el bienestar psicológico de las personas; de hecho a principios de diciembre de 2010 organizamos un acto sobre esta cuestión en el salón del Colegio de Médicos, bajo el doble paragüas institucional de la Sociedad Asturiana de Psiquiatría y la Asociación de Escritores de Asturias. Se tituló "Fado y psicopatología de la saudade; conferencia con proyección DVD de fados y caso clínico escenificado". Tuvo mucho éxito, los asistentes lo pasaron muy bien, la emoción fue patente y todos felicitaron a los organizadores por la singularidad y calidad del acto.

Ahora hablo de nuevo, ya en voz alta y en un ámbito más extenso sobre el tema, porque se ha hecho pública hace unas semanas, en la prestigiosa web Portal do Fado, que un psicólogo portugués llamado Gonçalo Barradas presenta en la Universidad sueca de Uppsala (que es como decir, Bolonia, o La Sorbona o Salamanca) una tesis doctoral sobre los efectos beneficiosos para la psique del fado, con sus letras y sus músicas. "La nostalgia refuerza el bienestar subjetivo de los oyentes, con la exposición de ambientes en los que parece ser determinante (el fado) para desencadenar recuerdos, favoreciendo a regulación de las emociones evocadas. No siendo ajeno el contagio emocional proporcionado por las guitarras que permite la catarsis de las emociones más negativas que acumulamos a lo largo de la vida", dice entre otras muchas cosas.

Con esta premisa afrontamos el concierto de Cristina Nóbrega, fadista de carrera consolidada con actuaciones en Portugal, varios CDs y digressãos (giras) en países europeos. Es una mujer elegante, su bello porte llena la escena con su bonita figura y se presenta como lo que es, una fadista castiça, con xaile (chal) y traje largo negro. Canta cadenciosamente, pausada, alarga la vocalización y pone las sílabas donde deben estar, en armonía con las notas musicales, que al fin y al cabo es el quid de la marca de calidad y en consecuencia la sintonía del oyente con los sentimientos y emociones del poeta, los músicos y los otros participantes. Por eso el fado "acontece" y por eso aconteció en el Filarmónica, una vez más.

Además, llevados de la mano de Rodolfo Godinho, con la guitarra portuguesa, Migel Gonçalves en la viola de fado y João Penedo con el contrabajo, los asistentes nos conmovimos y entusiasmamos con sus guitarradas de "Variaçoes", que resultaron muy singulares, brillantes, rotundas y magníficas.

Cristina Nóbrega cantó veintiún fados clásicos, entre otros el "Cravo", el "Zé Grande", el "Primavera" (para mí estupendo), el "José António" (para mi escalofriante); alguna canción popular y otros fados-canción conocidos. Y fue aunando esos recuerdos para la catarsis psico-benefactora citada, cuando por ejemplo canta en los versos del Zé Grande: "Tal vez la soledad se torne un mito/ para aquellos que se entregan a la saudade / pues si una tiene un poco de infinito/ la otra tiene un qué de eternidad //La soledad no sabe a quien quiere / y por eso andan siempre juntas / porque una es la pregunta sin respuesta / y la otra es la respuesta sin preguntas //Pero es con la saudade con la que me entiendo / porque ella se apasiona solo por quien / descubre en cada verso que va leyendo / que la soledad a nadie quiere". Así es el fado: emotivo y sentimental; pausado y conmovedor; delicioso y curativo. Como nos lo han traído de Lisboa nuestros fadistas, nuestros amigos ya, con su voz y con sus músicas.

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