Crítica

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Correcta película, deslucida por un apresurado e innecesariamente trágico final

Una carretera sencilla al inicio, con rectas interminables, que se complica al final con un tramo de curvas cerradas. Así se describe, al inicio de La delgada línea amarilla, la carretera de San Carlos a San Jacinto, cuyos 217 kilómetros debe pintar el quinteto protagonista. Una descripción que es al tiempo un adelanto del propio discurrir de la película, que tras un desarrollo sólido y bien trazado, sufre por un final sinuoso y precipitado.

Pese a la sencillez del punto de partida, La delgada línea amarilla se ve con agrado gracias al buen hacer de su reparto y a una dirección férrea. Celso García sabe cómo armar un plano, y emplea con sobriedad y elegancia el formato panorámico. Se toma su tiempo para desarrollar los personajes y el paisaje mexicano le da un plus de belleza a las imágenes ciertamente notable.

Los actores hacen su parte y logran no sólo crear personajes verosímiles, sino también hacerlos partícipes de una colectividad, trazando las relaciones cruzadas entre todos ellos. Es en sus conversaciones a la luz de una hoguera, en ese descanso a la sombra de una taurina valla publicitaria, en ese chapuzón inesperado en una laguna oculta o en los roces entre todos ellos donde la película crece. Sobre todo al plasmar, de una manera verista y certera, esa solidaridad entre los obreros que les permite seguir adelante con su agotador trabajo cuando vienen mal dadas y el sol aprieta.

Durante este viaje, Celso García combina con habilidad drama y comedia, e incluso juguetea con algunos toques de realismo mágico (la fantasmagórica procesión nocturna, la aparición de la madre muerta) que, con un mayor vuelo, podrían haber enriquecido la película.

Pero todo se tuerce al final, en el último tramo antes de llegar a San Carlos. Desdiciendo todo lo que había sido el filme hasta ese momento, García introduce un final predecible, innecesariamente trágico y, lo que es casi peor, precipitado. Quizás buscando un mayor efectismo, el cineasta rompe el ritmo pausado con el que había ido construyendo la historia con un acelerón a destiempo, y renuncia también a la sobriedad narrativa con unos insertos innecesarios.

Una conclusión que desluce el conjunto de la película y que muestra que a su director, como le sucede al personaje de "Toño" en el filme, le toca seguir buscando.

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