Tino Pertierra

Crítica

Tino Pertierra

Arenas sangrientas

Impactante crónica de un episodio poco conocido de la II Guerra Mundial con un magnífico reparto coral

Al sargento Carl Leopold Rasmussen le duele hasta el aliento. Es lo primero que conocemos de él: el sonido de su respiración entrecortada con la pantalla en negro. Cuando se ilumina vemos a un hombre de mirada amartillada y maltrecha, un soldado que seguramente ha visto de todo durante la guerra y tal vez ya no crea en nada. Pero pronto dará pistas sobre su carácter: detiene el jeep al paso de una columna de prisioneros alemanes y por un quítame allá esas banderas le da una soberana paliza a uno de ellos. Sin piedad.

De él pasamos al polo opuesto: un grupo de soldados alemanes cautivos y desarmados. ¿Soldados? No son más que un puñado de críos a los que la bestia nazi vistió de uniforme y les puso un fusil en las manos cuando todo estaba perdido y el ejército nazi se desangraba en todas los frentes. A esos soldados de parvulario las autoridades danesas les encargan una misión suicida: limpiar las playas de miles y miles y miles de minas enterradas por orden de Berlín en la creencia de que el desembarco aliado se produciría en Dinamarca. Al frente de esa carne de cañón está ese sargento de hierro al que le duelen los nudillos con los que machacó la cara al alemán y que solo parece sentir algo parecido al cariño por su perro. Lo que sigue es una crónica de horror que poco a poco va articulando algo parecido a la comprensión y formulando un código de dignidad y solidaridad: el duro sargento se da cuenta de que está mandando a la muerte a un puñado de críos que no tienen la culpa de que su país estuviera en las garras de las alimañas hitlerianas. La película se beneficia de una sobria realización que maneja con soltura el suspense cuando se trata de desactivar las minas (con algunas explosiones bien calculadas) y retrata con crudeza las condiciones inhumanas en las que sobreviven los alemanes. Le ayuda, y de qué forma, un excelente reparto de rostros muy jóvenes arropados por la veteranía de un magnífico Roland Møller. Lástima que para darle un toque sentimental a la trama, en la que se mantiene inteligentemente oculto el pasado de los personajes, haya un cambio de actitud de sargento (del hierro a la seda) poco explicado, que las relaciones entre los soldados no se desarrollen apenas, que se eche de mano en el tramo final de algún giro previsible (la niña a la que salvar para que el sargento vuelva ablandarse) y que un desenlace casi feliz desactive la crueldad que minutos antes había estallado brutalmente cuando los oficiales daneses machacaron sin piedad las leyes internacionales sobre prisioneros de guerra.

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