Paisaje después de la tormenta

Taklub comienza de manera poderosa: con las llamas atacando sin piedad una tienda de campaña en la que duerme una familia filipina. El esfuerzo impotente de los vecinos por apagar el fuego se fusiona con el llanto de los niños al despertar entre las llamas. A lo lejos, una mujer ve el incendio y acude a ayudar, pero sólo llega a tiempo de ver cómo sacan los cadáveres, entre ellos el de una madre abrazada a su bebé.

Ese esfuerzo, supremo pero insuficiente ante la brutalidad de la naturaleza desatada, es común a todos los personajes del pueblo de pescadores en el que se centra el filme. Una comunidad atrapada en esa trampa a la que alude el título del filme de Brillante Mendoza. Una trampa que no sólo es física, sino también psicológica, mental: la de unos personajes incapaces de superar el trauma, la pérdida, y continuar con sus vidas.

Centrada en las consecuencias del tifón "Yolanda", que arrasó la costa filipina dos años atrás dejando tras de sí más de 6.000 muertos, Taklub se sitúa unos meses después de la tragedia, cuando las entidades humanitarias han dejado paso a unas incipientes labores de reconstrucción. La comunidad, sin embargo, sigue anclada en los días del tifón. Fundida con ese paisaje arrasado, muerto, que dejó tras de sí el temporal.

Aunque en su génesis se tratase de un documental y contenga imágenes de una fuerza indiscutible, Taklub brilla especialmente en la construcción de personajes. El principal, Bebeth (Nora Aunor), es una mujer separada que regenta un restaurante con su hija, mientras trata de constatar que los cuerpos de sus otros hijos descansan en una fosa común. Larry (Julio Díaz) es un hombre que perdió a esposa e hijos en el tifón y que, sintiéndose culpable por no haberlos podido salvar, se refugia en la religión. Erwin (Aaron Rivera) trata de reconstruir su casa para que él y sus hermanos, huérfanos en la tormenta, puedan retornar a su hogar perdido, pese a las advertencias de las autoridades sobre la distancia mínima de seguridad respecto a la costa.

A ellos se unirá, en su dolor, Renato (Lou Veloso), el patriarca de la familia que, al inicio del filme, fallece entre las llamas. Pero la suya es una herida que aún sangra. En su desesperación, llega a confesar su deseo de ser engullido por las olas, de ser devorado por los tiburones. Cuando se anuncia una nueva tormenta, Renato sale a navegar.

Las esperanzas de todos ellos terminarán claudicando, ahogadas por una realidad inquebrantable, la de su incapacidad para encontrar la salvación, física o espiritual, cuando se enfrentan a fuerzas que escapan a su control, sean humanas o divinas, naturales o sentimentales.

Este es el aspecto más contradictorio, y a la vez más sugerente, del filme: aunque el final es ciertamente desolador para todos sus personajes, sin excepción, el cineasta cierra la película con una cita del Eclesiastés que anuncia un tiempo nuevo, un tiempo para reconstruir. Una apuesta por la supervivencia, incluso, cuando no queda esperanza alguna.

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