Tino Pertierra

Crítica

Tino Pertierra

Sin rodeos: una gran película

El brasileño Gabriel Mascaro combina realismo y poesía en una obra extraordinaria

Tras llamar la atención en el campo de los documentales, el brasileño Gabriel Mascaro presentó sus credenciales en la ficción con la muy elogiada Vientos de agosto. De ahí el interés que despertó su segundo trabajo para decidir si estamos ante un espejismo o una confirmación. A la vista de los resultados solo cabe decir dos cosas: Mascaro tiene madera de gran cineasta y Neon bull es de momento la mejor película de las proyectadas en el festival. Y, además, de las pocas que encajan como un guante en la filosofía de un certamen a veces desbrujulado. Es una película rara en el buen sentido de la palabra: diferente, imprevisible, extrañamente real incluso en sus meandros menos realistas, haciendo hermosa la fealdad y estraordinario lo cotidiano.

La experiencia de Mascaro en el documental se nota en su capacidad para hacer que la verdad surja en cada plano a pesar de que no es una propuesta de cine estrictamente realista, ni mucho menos. El escenario donde trabaja (las Vaquejadas, una variante brasileña de los rodeos, pero sin la épica ni el show de los norteamericanos, en la que dos hombres a caballo intentan tumbar una res cogiéndola por el rabo) está mostrado con la concisión nada efecista de un Rossellini, pero de pronto irrrumpen momentos de un lirismo extremo que, fotografiados por Diego García, el mismo de la última película de Apichatpong Weerasethakul, por cierto, dan a la cinta un tono muy especial, como de duermevela cinematográfica. El protagonista se dedica a mantener los animales en perfecto estado y, como válvula de escape a un mundo donde se impone la fuerza y el sudor por encima de todo, da rienda suelta a su vocación de diseñador de moda: le gusta coser, le gusta dibujar, le gusta perfumar, le gusta la ropa como objeto de belleza. Esa dualidad entre el trabajo y los sueños se desarrolla, además, en una zona del país donde también se está desarrollando un cambio decisivo, de vivir del campo a la urbanización y el auge de la industria textil.

En realidad, contar el argumento de una película como Neon bull es irrelevante porque no es algo que le preocupe mucho a Mascaro. Nada de férreas estructuras dramáticas, nada de guión construido como marcan los cánones de escuela, nada de hinchazones ni enfriamientos para manipular a los espectadores. A veces acelera el ritmo y otras lo ralentiza llevado más por la ilógica de las situaciones que por los mandamientos clásicos. Y, de pronto, sorprende con un baño colectivo de hombres en un establo, o se demora en largos coitos embarazosos donde es inevitable sospechar que no hay trampa ni cartón en el juego de los amantes, o juguetea con bailes de rumboso erotismo.

Con un contraste evidente entre ese paisaje polvoriento, arisco y rudo donde por el que se desplazan los personajes y esas explosiones de color / calor que alivian la pesadumbre del día a día, Neon bull tiene algo del misterio felliniano en muchas de sus imágenes: el maestro italiano, tan fascinado por el mundo del espectáculo errante con sus simulacros de familias y sus algarabías de emociones, podía hacer real lo surrealista y surrealista lo real. Tanpoco está de más invocar el espíritu de Buñuel, aunque menos burlón.

La diferencia entre el trato y la condición de los animales funciona a modo de metáfora aplicable a los personajes. Los toros están para lo que están y sirven para lo que sirven, y así se comportan con ellos los humanos. Los caballos, en cambio, representan los anhelos, los sueños, la fina estampa, el futuro que solo habital en los sueños. Todo se sugiere pero todo queda en evidencia. Si llegamos a conocer a los personajes no es por lo que nos cuentan de ellos sino por lo que adivinamos por sus gestos, sus miradas, sus palabras que se escapan de un pensamiento entrecortado. Mascaro entra en su intimidad y coloca un espejo colgante en ella para que veamos tal como son, con sus pequeñas miserias y sus grandes sueños, con sus tropiezos y sus caídas, pero también con sus maltrechos actos de valor y sus desahogos pasionales en los quela piel habla por sí sola. Y, para redondear la faena, un personaje extrordinario, esa niña a las puertas de ser mujer que observa a los adultos desde la perplejidad y la rebeldía, con la mirada aún por domar de alguien que no entiende por qué no la entienden.

Compartir el artículo

stats