Tino Pertierra

Crítica

Tino Pertierra

Llueve sobre mi corazón

Una primera parte extraordinaria con una gran Wende Snijders que pierde fuerza en su segundo tramo

Una mujer ha caído al agua con su coche. Sólo sabremos al final de la película por qué. Zurich empieza donde termina la historia. Segundo capítulo: lo que le pasa a la protagonista después de salir a flote. Es un decir: la veremos vagando por las carreteras europeas hundida en el fango de una depresión brutal cuyas razones sabremos (más o menos) en el primer capítulo postergado. En esa imagen inicial aparece un guepardo que observa a la mujer con ojos depredadores pero sin atacar. Una metáfora felina de la vida que la desespera. La mujer (extraordinaria la cantante Wende Snijders, sería una pena que no se llevara algún premio) inicia un largo camino que recuerda en esencia a Llueve sobre mi corazón, aquella road movie de Coppola de fugas y desgarros brutales. Aquí hay paisajes lluviosos, mucho cielo plomizo. Se siente el frío en los huesos mientras la protagonista se mete en charcos. Vomita, se evade en un karaoke ensordecedor, sueña con tragedias acuáticas, se detiene en lugares fúnebres de cuneta, ¿roba? un perro que no ladra al verla (otra pregunta sin respuesta, de momento), mantiene una aventura (de) pasajera con un camionero, asiste a proyecciones violentas donde su mirada devastada encuentra algo parecido a la comprensión... O al reconocimiento.

Es ese segundo capítulo que nos arrojan en primer lugar un demoledor ejemplo de cómo manejar los silencios y las miradas y los planos agónicos para mostrar la autodestrucción de una mujer en pleno proceso de un duelo cuyos orígenes desconocemos, una mujer a la que vemos en momentos clave reflejada en espejos retrovisores, atrapada por su pasado. Polak demuestra un talento incuestionable para hilvanar retazos visualmente exquisitos en los que los cuerpos se funden con el paisaje y los edificios y los vehículos tienen personalidad propia.

Pero...

Con la llegada del primer capítulo, Zurich (el título es engañoso, por descontado) empieza a explicar demasiadas cosas, y no siempre con acierto. Lo que antes era un enigma que ayudaba a entender la zozobra de la protagonista (precisamente por ignorar sus motivos, no hay nada más inquietante que el dolor desconocido) se vuelve diáfano y obvio, digamos que previsible en exceso. Y lo que apuntaba a peliculón se frena a medio camino aunque surjan de pronto imágenes intensas, como esos dibujos en el cristal del coche que anuncian una despedida o el plano final, abrumadoramente triste y valiente. En todo caso, más que suficiente para apuntar el nombre de Polak en la libreta de talentos a seguir.

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