La crueldad de la última llamada

En aquella catedral de la televisión que era The Wire, Evon Banksdale afirmaba que en la cárcel sólo se pasa dos días: el día que entras y el día que sales. El resto no importa: es un limbo. Claro que, para el resto del mundo, el tiempo sí que transcurre. En cuatro años pueden pasar muchas cosas, como que tu hermano y tu novia, cómplices en tus fechorías, rehagan su vida el uno junto al otro. Así comienza The Ardennes, un filme seco, duro, de vocación neo-noir, construido en torno a un inestable triángulo amoroso y que desemboca en un final contundente y amargo. Profundamente desesperanzador.

La película de Robin Pront, firme en el desarrollo narrativo y recio en el encuadre, avanza al ritmo de la música progresiva que escuchan sin cesar los dos hermanos cuya desequilibrada relación sirve de eje a la acción. Una música que marca la evolución paralela de ambos: la del introspectivo Dave (Jeroen Perceval) hacia una reivindicación que le libere de su carga familiar, y la del brutal Kenneth (Kevin Janssens), que profundiza en su psicopatía al reconocerse incapaz de reintegrarse en ese nuevo mundo al que retorna tras sus años en el limbo.

La tensión creciente, agudizada por esa retumbante música, marca el recorrido de ambos por las calles de la flamenca Amberes, donde se desarrolla la mayor parte del metraje. Pero su lógico final, la violencia desatada, no estallará hasta que los dos hermanos vayan a Las Ardenas, donde pretenden esconder sus pecados.

El contraste es todo un acierto. Los bosques de Las Ardenas, de resonancias trágicas, marcan a sangre y fuego el tramo final del filme. El cambio de escenario descoloca a los hermanos, flamencos en tierra de valones, y precipita un enfrentamiento que se barruntaba desde los primeros planos, pero cuya crudeza supera todas las expectativas.

Intenso y feroz, The Ardennes se instala en la mejor tradición del género criminal en clave europea y revela a un cineasta que apunta maneras. Pero si algo queda en la retina del espectador es la crueldad de esa última llamada (sazonada, como no, con una última brizna de música progresiva) que revela el horror.

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