Duda despejada

Las expectativas del concierto del pasado jueves en el Auditorio Príncipe Felipe venían precedidas por la incógnita suscitada ante la repentina indisposición de Diego Matheuz durante el ensayo del lunes. La Oviedo Filarmonía se quedaba huérfana de batuta a cuatro días de su debut junto a la violinista Francesa Dego que, no es difícil imaginar, asumiría con filosófica profesionalidad el "vacío de poder". A rey muerto, rey puesto; y así, entre conversaciones de "mentideros" y ruido de sables, la dirección de Pedro Halffter salvó la situación y se coronó de gloria.

No han sido pocas las críticas negativas que se han vertido sobre el director madrileño, que tras años sobre los escenarios internacionales y nacionales (el orden es consciente), aún sufre la lacra de ser señalado por su apellido antes que por su buen hacer. No puedo estar más en desacuerdo con quien tilda sus versiones de asimétricas y llenas de sopor. Como muestra, un botón; o para ser más exactos, tres obras: El poema sinfónico "Finlandia", la "Sinfonía nº 2 en re mayor" de J. Sibelius y el "Concierto para violín y orquesta `El violín rojo'" de J. Corigliano que resultaron en conjunto vibrantes, frescas, equilibradas en dinámicas y agónicas y de ardientes sonoridades.

El nivel y la flexibilidad orquestal a la que ha llegado la Oviedo Filarmonía facilita, en gran medida, el trabajo de un director y la arrebatadora presencia musical de Francesa Dego es ingrediente suficiente para asegurar el éxito, pero saber combinar ambas realidades y emocionar al público fue, sin duda, aportación de la batuta de Pedro Halffter.

En "Finlandia", el trabajo conseguido con los metales, en esa "mística solemnidad" que precede a la programática exaltación patriótica del himno central, es sin equívocos fruto de un profundo conocimiento de la partitura, cualidad que ha de atribuirse a P. Hallffter; de no ser así, la intervención de Francesa Dego en el "Concierto para violín y orquesta `El violín rojo'" de J. Corigliano, hubiera quedado en lo anecdótico o en el mero artificio virtuosístico. La violinista italiana arrastró tras de sí todo el potencial sonoro de la orquesta, desplegado hábilmente por Halffter, a la vez que extraía a su instrumento todos los recursos propios del violín con tal destreza y musicalidad que el público no pudo prescindir de solicitar una doble propina, contestada por F. Dego en forma de "Sonata nº 3" de Eugène Ysaÿe y el "Capricho nº 16" de N. Paganini.

La vuelta a Sibelius con la "Sinfonía nº 2 en re mayor", durante la segunda parte, legitima a P. Halffter como uno de "los directores más importantes del repertorio sinfónico de su generación". Así lo reconocieron los profesores de la orquesta sumándose a la ovación final.

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