Mirador de sombras

El demonio, el Estado y la ciencia

Análisis del pensamiento de Gómez Dávila

El hecho de que la obra aforística de Nicolás Gómez Dávila no haya padecido ya el anatema definitivo por parte de la implacable inquisición de las "opiniones vigentes" o "corrección política", sino que se hayan vuelto a editar sus "Escolios a un texto implícito" en una versión completa de más de mil cuatrocientas páginas, no demuestra que los que nosotros llamamos "progres" y él llama "modernos" o "vulgo" se hayan vuelto más tolerantes, sino que deben haberse cansado de escuchar diariamente y como quien maja las mismas vaciedades, de confundir a los políticos con pensadores, de advertir la aterradora nulidad intelectual de los líderes, como el propio Gómez Dávila aventura: "Los reaccionarios les proporcionamos a los bobos el placer de sentirse atrevidos pensadores de vanguardia".

En sus aforismos, que expresan un implacable pensamiento reaccionario, hay algunas consideraciones muy lúcidas y muchas repetidas, archisabidas e innecesarias, dado el desproporcionado número de aforismos que escribió (no hizo, durante toda su vida de lisiado en un partido de polo que acumular materiales para un libro sin término, al que la muerte puso punto final). Pero no todo lo que escribieron Vauvenargues, Chamfort o Lichtenberg es grano. En pocos aforismos definitivos arremete y desmonta las grandes supersticiones del mundo moderno: la irreligión ("Abundan los que se creen enemigos de Dios y solo alcanza a serlo del sacristán"), el sexo ("Las épocas de liberación sexual reducen a unos pocos gritos espasmódicos las ricas modulaciones de la sensualidad humana), la ley ("La ley es el instrumento más fácil para ejercer la tiranía"), la ciencia ("Nada patentiza tanto los límites de la ciencia como las opiniones del científico sobre cualquier tema que no sean estrictamente de su profesión"; "la ciencia no educa porque no transmite del objeto que estudia sino la manera de utilizarlo"), la revolución ("Para detestar las revoluciones el hombre moderno no espera que comiencen las matanzas")"), el hombre de estado ("La habilidad del hombre de estado moderno se reduce a aproximarse lo más lentamente posible a la catástrofe").

Divide a la humanidad en dos grupos: los "inteligentes" y los "modernos", que nunca coinciden: "Tan sólo el hombre inteligente y el estólido saben ser sedentarios. La modernidad es inquieta y viaja". Y exalta a la vieja cultura frente al mundo moderno: "Las humanidades clásicas educan porque ignoran los postulados básicos de la mente moderna".

Para él, los enemigos del hombre son el demonio, el Estado y la ciencia. El hombre moderno no cree en el demonio pero sí en el Estado y reverencia la ciencia. El Estado es creación del demonio y la ciencia es la servidora incondicional del Estado. El hombre moderno ignora, o no quiere verlo, que la ciencia al servicio del Estado es el horror, es el totalitarismo y que la ciencia fortalece al Estado porque uno y otra carecen de categorías morales. Una era científica pondrá en peligro al ser humano de manera implacable y aséptica bajo el demoníaco totalitarismo estatal.

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