Bienvenidos al planeta Sorkin

Revisión de "Le llaman Bodhi" con una sucesión agotadora de secuencias de acción en la Naturaleza

A Gabriele Muccino le encantan los dramones y está en su derecho, como lo está el público al que le encanta ir al cine a gastar pañuelos de papel. En busca de la felicidad fue toda una declaración de intenciones a mayor gloria de Will Smith, aunque en su descargo hay que decir que también era capaz de frenar los excesos en algunos (pocos, ay) momentos en los que se podía apreciar el legado austero y no por ello menos emotivo del cine neorralista italiano. Aquí, también maniatado en cierto modo por la presencia de una estrella con ansias de chupar cámara (Russell Crowe, que es un gran actor pero si se gustara menos sería perfecto), pero con un guión mejor hilvanado y un pelín más complejo, Muccino tiene más espacio para desarrollar sus ideas tras la cámara con cierto estilo. Hay escenas francamente odiosas (por la facilona manera de acelerar la llantina y, también, porque algunos intérpretes se desmelenan que da gusto) pero, en líneas generales, es un melodrama que se ve sin mayores agobios.

Aaron Sorkin ha logrado una posición insólita en la industria: un guionista que tiene más poder que productores y directores, lo que le convierte en el Autor (con mayúscula) casi absoluto de las series de televisión y películas que escribe. Y eso incluye al gran David Fincher. Es tal su influencia que un realizador como Danny Boyle, tan dado a llamar la atención con sus aburridos juegos artificiales con la cámara, da aquí un plano atrás y, salvo en unos pocos momentos de desahogo, asume su condición de intermediario entre el texto sorkiniano y el espectador.

Dejémoslo claro desde el principio: si te gusta Sorkin disfrutarás cada segundo de este nuevo despliegue de diálogos inteligentes, incisivos, cargados de dobles y terceras intenciones, desenrollados sin descanso y que piden a gritos una libreta y un lápiz para ir apuntando frases sobre las que volver después. Pero si no te gusta Sorkin, si no consideras que El Ala Oeste de la Casa Blanca es la Capilla Sixtina de la televisión o que The Newsroom es un monumento a las neuronas más espabiladas, pasa olímpicamente porque odiarás Steve Jobs. Y te dormirás.

Lo primero que hace Sorkin es coger las hormas habituales de los biopic y tirarlas por la ventana. Adelgaza la vida del protagonista para que le veamos en tres momentos clave, dos de ellos tremendos fracasos. Y sólo en el tercero barruntamos (apenas) que el triunfo absoluto está cerca, que su gran venganza está a punto de consumarse. El retrato es cualquier cosa menos amable: un tipo autoritario que se cree algo así como un enviado de Dios, arrogante, egoísta, furibundo e implacable con sus empleados cuando no le dan lo que quiere. Le acusan de ser alguien que se aprovecha de los talentos ajenos, de no haber inventado nada nuevo, de ser mal un padre, un hombre traumatizado por su infancia. Le acusan de todo quienes le rodean y él siempre tiene una respuesta ácida con la que acepta y desmiente al tiempo las acusaciones. "Yo toco la orquesta", viene a decir para explicar cuáles son sus virtudes. Pero no todo es malo: y Sorkin, como en esa ilustrativa escena en la que le vemos maquillándose, va suavizando con pequeños detalles al personaje. Lo humaniza. Nos lo acerca para que le veamos bien.

Es cierto que a Sorkin nunca se le han dado del todo bien las tramas intimistas y la relación con su hija está un poco forzada (demonios, con Sorkin incluso los niños hablan como Shakespeare), y que a veces hay una acumulación de jerga informática en la que te pierdes y que se llega un poco fatigado al tercer acto, pero Steve Jobs tiene momentos tan memorables (por ejemplo, las escenas con Jeff Daniels, sobre todo la que tiene lugar en un salón con las sillas patas arriba, o los duelos en público con un Seth Rogen sin pelos en la lengua) y ofrece una visión tan lúcida y comprensiva sobre un personaje tan enigmático y contradictorio, que el resultado resulta compleja y abruptamente fascinante.

Ah, se me olvidaba aunque ya te lo imaginas: Fassbender y Winslet están asombrosos.

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