Cosme Marina

Adiós a un gigante

El inmenso legado de quien fue un pilar de la música de su tiempo, comprometido y con talento

Día triste el pasado martes porque nos dejó uno de los muy pocos artistas esenciales que han definido el siglo XX en el ámbito musical, haciendo avanzar la creatividad con riesgo, sin miedo a la incomprensión, con la seguridad que se apoya en el talento y la convicción de un trabajo que busca el compromiso y no el aplauso fácil de cara a la galería. Su legado es inmenso y de él se beneficiarán nuevas generaciones que seguirán construyendo el patrimonio musical de la humanidad.

Nacido en Montbrison en 1925, estudió piano con su hermana desde niño y comenzó a introducirse con ganas en los ambientes musicales, pese a que su padre prefería que se especializase en el ámbito científico. Renunció a ello y en París, en el Conservatorio, inicia sus estudios con Olivier Messiaen. Todo un descubrimiento para él que le abre las puertas a la música de la segunda Escuela de Viena, a Stravinski y otros autores que estaban forjando la personalidad de la primera mitad del siglo XX.

A partir de ese momento, Boulez ya empieza a ser una pieza clave de la segunda parte de la centuria. Su formación se amplía notablemente en esos años hacia otras disciplinas como la pintura o la literatura y se lanza al mundo de la dirección orquestal fundando, al mismo tiempo, los Conciertos del Petit Marigny -gracias al impulso de Jean-Louis Barrault-, en los que apuesta por la vanguardia más absoluta. Sus obras comienzan a llamar la atención, pero será "Le marteau sans maître" la que, en la década de los cincuenta, cimente su prestigio. Estamos con ella, sin duda, ante una de las más importantes creaciones de la segunda mitad de siglo. Darmstadt, Basilea, Harvard, Nueva York, Salzburgo, Ámsterdam, Berlín o París, serán ciudades en las que se cimentarán sus enseñanzas y su labor.

Como director de orquesta acabó amando a compositores de los que renegó al principio y, en este sentido, su versión de la "Tetralogía" wagneriana del centenario en Bayreuth (acompañado de Patrice Chéreau en la dirección de escena) sigue siendo una referencia absoluta, pese a que la polémica en su estreno fue también de las que no se han olvidado. También a su batuta se debe la primera audición francesa de "Wozzeck" de Alban Berg y su influencia se extendió a las grandes orquestas internacionales de Nueva York, Londres, Cleveland, entre otras, en las que estrenó decenas y decenas de obras de otros autores coetáneos. Pero será París, en los setenta, donde alcance su cénit, con la dirección del IRCAM y del Ensemble Intercontemporain, encargos ambos del presidente francés Georges Pompidou.

De carácter amable y muy simpático, sin embargo sus controversias públicas fueron tremendas y de gran virulencia en los ambientes musicales. Hasta el punto de decidir no volver a dirigir en Francia, durante varios años, debido a una política cultural con la que estaba en desacuerdo, a finales de los sesenta. Sus enemigos -que no eran pocos- le acusaban de dogmático e intolerante. Él siguió su camino sin ceder a presiones de ninguna clase.

Revolucionario y transgresor, muchos sin embargo remarcaban con fuerza su generosidad, y más aún según se fue haciendo mayor: "Cuantos más años cumples, más libre eres", le gustaba decir en los últimos tiempos. "Pli selon Pli", la serie "Notations", un copioso catálogo de música de cámara, serían otros jalones de su creación. Deja también un interesante catálogo de ensayos, por ejemplo "Pensar la música de hoy", escrito en 1964, y numerosas investigaciones centradas siempre en la evolución musical.

Nos ha dejado un gigante, ya una leyenda. Hace aproximadamente diez años, alarmado por la mediocridad de algunos premiados de entonces de la Fundación Príncipe -hoy Princesa- de Asturias, escribí un artículo reclamando el de las Artes para el francés. No hubo suerte. Es una lástima. Su prestigio habría engrandecido los galardones. Es una anécdota sin más, pero evidencia la dificultad de centrar el foco, aún en nuestros días, en las aportaciones culturales significativas como la de Boulez.

¡Gracias por tanto, Maestro!

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