La barriga de Buda

La Historia es una sucesión infinita de signos que acuñan la huella que a todos nos distingue. Groucho Marx es un mostacho; Winston Churchill es un puro; Julio César, una nariz; Luis XIV, una peluca; Buda, quien quiera que fuera, una barriga al viento. La política del siglo XXI se basa en el signo y en el gesto, lo que los clásicos denominan señas de identidad, que trascienden al pensamiento. ¿Qué personaje se ha hecho un hueco en la Historia a costa de su pensamiento? Hegel, por ejemplo, admitámoslo. Pero a Hegel y su fenomenología no le entiende ni Dios. A Dios, sin ir más lejos le falta un signo de distinción, una coleta como la de Pablo Iglesias. La Iglesia se trabajó mal ese apartado y se quedó en túnica acamisonada, barba blanca y ese ojo que todo lo ve, sobre el cogote, que le arrebató el Gran Hermano. En el Congreso -ya vemos- impera la política de signos, la carrera por singularizarse. El espectáculo está servido.

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