El hombre que quería ser mujer

Decorativa y superficial recreación de una historia real con un Redmayne poco creíble y una gran Vikander

Curtido en series televisivas de corte histórico extremadamente pulcras y con marchamo de calidad estándarizada, Tom Hooper siguió a lo suyo en la pantalla grande con El discurso del Rey, una de esas películas trazadas con tiralíneas para pelear por los "Oscar". Y triunfó, gracias sobre todo al trabajo de sus actores, pero dejando claro que lo suyo es construir imágenes decorativas quedando a expensas de que el repato le meta algo de vida a la historia. Con Los miserables volvió a facturar un vistoso e inerte objeto de decoración. Pero es La chica danesa donde las limitaciones de Hooper quedan más expuestas a la intemperie, rematando con su falta de estilo (salvo que se considere como tal fabricar encuadres de postal) un guión que deja en los huesos una historia real fascinante.

No hay nada más triste en los desvanes cinematográficos cargados de buenas intenciones que una película que cuenta una historia transgresora siendo ella misma todo lo contrario. O sea, traicionando a los personajes. No se trata de que se tomen (legítimas) licencias a la hora de recrear a los personajes, aunque algunas de ellas son bastante rudas, sino de que la superficialidad con la que se aborda ese relato de un viraje sexual (y emocional) lo convierte en un episodio banal, tan corto de miras como vacío de entendederas. A esa inconsistencia absoluta del guión, que Hopper camufla con sus habituales fuegos de artificio, se une otro error mayúsculo que arruina cualquier atisbo de credibilidad. Eddie Redmayne es un buen actor, salta a la vista, pero no es creíble como hombre que se transforma en mujer, una mujer que despierta unas pasiones insólitas en admiradores masculinos, por mucho que intente feminizar su voz y sus gestos. Esfuerzo inútil que hace cómicas algunas escenas a su pesar. Pasaba lo mismo con "Tootsie" y "Con faldas y a lo loco" pero, demonios, aquellas eran comedias, hazme reir que para eso te pago la entrada, pero aquí la película va de rigurosa con los hechos reales, de audaz, de (dicho quedó) transgresora. Y en ese desbarajuste total brilla con luz propia Alicia Vikander, una actriz que ha venido para quedarse entre las grandes. Lo que hace con su personaje es asombroso, con qué delicadeza e inteligencia muestra sus dudas, sus miedos, su desconcierto, su dolor, su angustia, su deseo, su comprensión y su derrota... Lástima que el resto de la película no esté a su altura.

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