Desde que en el siglo XIX Thomas Edison inventase la bombilla incandescente, estos artilugios han venido iluminando nuestras vidas y también las de los diseñadores (como icono gráfico ligado a una "idea brillante"). Su funcionamiento se basa en un filamento de tungsteno que al calentarse a 2.700 °C desprende luz y calor. Desafortunadamente más del 95% es calor y sólo un 5% a lo sumo luz. Este bajo rendimiento les ha hecho perder terreno frente a otras tecnologías como los leds.
Investigadores del MIT podrían haber resucitado la popular bombilla de Edison. Reciclando la radiación infrarroja o calor desprendido - que de otra forma se perdería- y convirtiéndola en luz visible, consiguen reducir pérdidas y aumentar así notablemente la eficiencia lumínica.