Crítica

Palabra de músico

Jeremy Irons transportó al Auditorio a las bulliciosas y ricas calles de Bruselas

La idea de reunir palabra y música en una misma obra de arte generó, a lo largo de la historia, profundas discusiones intelectuales que no tardaron en cristalizar nuevas expresiones y géneros artísticos. Las posturas encontradas defendían la necesidad de respetar la prosodia de la palabra hablada en la recitación poética y teatral desde el ámbito humanista o la imitación de esas cualidades desde la propio lenguaje musical por parte de los músicos. La canción, o el teatro musical, concretado en la ópera italiana, la zarzuela española o el singspiel alemán son solo algunos ejemplos de los resultados conseguidos. Con el "melodrama", palabra y música se fusionan a través de la fuerza dramática de la declamación y la emotividad del sonido instrumental, uniendo ambos mundo, de tal suerte, que el mito romántico del compositor, representado por los músicos, y el poeta, defendido por el actor, atraen sobre sí toda la atención consiguiendo, en el caso del último Concierto del Auditorio, colgar el cartel de "aforo completo".

Si las expectativas de la tarde del domingo venían marcadas por la presencia del actor británico Jeremy Irons como narrador del melodrama "Egmont" de L. V. Beethoven, la música del genio de Bonn, lució por sí misma de la mano de la Orchester Wiener Akademie dirigida por Martin Haselböck. Desde la "Sinfonía nº 7 en La mayor", en la que los intérpretes ofrecieron una versión arriesgada en lo tímbrico, audaz en los "tempi" y dinámicamente arrollador, el entusiasmo del público se trasmitió a través de espontáneos aplausos que rompieron la pausa entre movimientos y que a su vez fueron chistados por molestos "sifones", fruto de la necesidad de hacerse notar o de la imperiosa búsqueda de silencio -¡qué contradicción!-.

La segunda parte comenzó con una lucida Kestin Avemo, que derrochó talento y proyección en "Ah, pérfido, escena y aria para soprano y orquesta" de Beethoven. De cuerpo vocal firme, su voz no encontró dificultad en los difíciles fraseos del aria "Per pietà, non dirmi addio"; su sonido penetrante de color luminoso, dio paso al pausado y expresivo timbre de la declamación de J. Irons que, tras la "Obertura" de "Egmont", transportó al Auditorio a las bulliciosas y ricas calles del Bruselas donde se desarrolla la histórica tragedia del conde dramatizada por Goethe. Fue este el momento en el que los dos públicos (el del actor y el del músico) encontraron su nexo y donde se hizo realidad una conocida reflexión de Mozart sobre el melodrama "a veces se habla, mientras la música prosigue, y esto produce un magnífico efecto". La música de Beethoven, de la mano de Martin Haselböck, fue amoldándose a la prosodia cadencial de Irons, entrelazando la carga expresiva de la música con la secuencia narrativa del texto. Una combinación de palabra y música alejada de toda discusión.

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