Crítica

Es Puccini

Música fascinante y magistral orquestación, que puso de relieve un canto que siempre fluye, en "La Bohème"

Desde el instante en el que comienza esta ópera, todo es grandeza en Puccini. Se despliega una música fascinante, una magistral orquestación que pone de relieve un canto que siempre fluye, en el que se fusiona una rica paleta tímbrica que da el protagonismo de la voz. Está en este Puccini el gusto de caracterizar con los modos -desde el Do mayor inicial al quieto acorde en Do sostenido menor del final-, también la asignación de colores orquestales a determinados protagonistas, la suavidad de cuerda y las maderas a la delicada "Mimì" y a "Rodolfo", con añadidura y metales para la extravertida "Musetta". El leitmotiv de Puccini es algo libre y resulta vivo, porque es presente y es al mismo tiempo retorno, como diría Novalis "todo recuerdo es el presente". Puccini pone música hasta en la elaboración del carácter dramático del silencio, que inicia dejando una frase incompleta, así lo hace tres veces en el primer acto y tres veces en el último. No es únicamente la pasión por la melodía, es también la fusión con una orquesta transparente y sutil, desde un gran "tutti" orquestal para la escena de la terraza del café Momus, a la música de cámara al final del último acto y muerte de "Mimì". Es Puccini y su propuesta de declamación, en la naturalidad del carácter del parlato melódico, y de la melodía en sí misma, una melodía que no es gomosa porque emocione con cierta facilidad, ya que se eleva por encima de lo melifluo. Esto es ópera y es canto. Esto es ópera italiana. Esto es Puccini. A partir de aquí empieza la recreación, desde un "palcoscenico" vacío, hasta alcanzar el fondo y la forma, el trazo del genio con los medios disponibles al alcance.

La novela "Scènes de la vie de Bohème" de Murger y la posterior adaptación teatral realizada, es el argumento en el que trabajan arduamente, con no pocos sobresaltos, a lo largo de dos años en su adaptación los libretistas, casi hasta la extenuación, bajo la impaciente mirada de un Puccini difícil de contentar en la exigencia de su sentido teatral. Se calcula que pudo emplear ocho meses en la composición, con lo que el asunto del libreto no es fue baladí, y no lo fue el magnífico resultado. El trasfondo argumental de "La Bohème" también le recuerda a Puccini su bohemia etapa milanesa donde conoció la precariedad económica y los amoríos. Aunque no es tanto en la forma como en lo íntimo, donde tiene reflejo una vida transida de emoción. Amor, dolor y muerte son los ejes centrales de "La Bohème", como lo pueden ser también en su obra más querida "Madama Butterfly". La humanidad ha concebido un Puccini, y le dio para el estreno de esta ópera a Toscanini, con la particularidad extraordinaria de que el director del estreno de una de las óperas más importantes de todos los tiempos la haya dejado grabada para la posterioridad. Y también nos ha dado un Carlos Kleiber, y un Pavarotti, unidos para la posteridad en una interpretación ya mítica, con un grado de pureza de los metales del tenor que tardarán en encontrarse en otra voz.

Al poeta "Rodolfo" lo encarnó el tenor Giorgio Berrugi, que ha sido la voz con el canto técnicamente más depurado, aunque quizás con alguna limitación en la fuerza y el poder del agudo, compensada, eso sí, con la materialización de unos filados -el ataque de la nota para descender dinámicamente de inmediato de manera particularmente expresiva- bien delineados. Con ondulante sensualidad, estilísticamente impecable y vocalmente algo contenido, afrontó sereno la celebérrima "Che gelida manina!", aunque quizás faltó en ella transmitir una emoción más pegada al sentimiento. En el tercer y cuarto actos dio lo mejor de sí mismo, adaptándose a la perfección a las exigencias del rol con un timbre que gusta. Podría haber sido más desgarrador el grito final tras la muerte de "Mimì", ya sin la presión canora, también ayudado por un impulso más contundente del fortísimo (escrito fff, tutta forza) en la orquesta. Su pareja "Mimì", Erika Grimaldi, la humilde y frágil modista, la más frágil de las "hijas" de Puccini, tuvo una actuación destacada, con un timbre redondeado, cuidando siempre el matiz y la expresión con gran delicadeza, aunque no logra conmover y convencer al mismo tiempo.

Damiano Salerno mantuvo vocalmente erguido a "Marcello" imponiéndose con autoridad y fuerza, con un timbre claro -en algunos momentos adoleció de cierta anchura- y una dicción exquisita. La "Musetta" superficial e inconstante se transforma en una mujer más comprensiva y generosa. En estos cambiantes registros Romeu ofreció una actuación interiorizada y convincente, aun con agudos algo forzados, poco naturales, y que tuvo su primer y más impactante efecto en la célebre "Quando m'en vo soletta per la via". El bajo Andrea Mastroni como "Colline" exhibió siempre un hermoso timbre y proyección, dando cuerpo grave al cuarteto masculino. La gran romanza "Vecchia zimarra, senti", tal vez no alcanzó la perfección con la que redondear la noche, pero casi supone una descortesía no aplaudir esta perla musical para bajo de Puccini, por el aria en sí y por la entrega del intérprete. Buen nivel, igualmente el "Schaunard" de Manel Esteve y del resto del reparto. También en la vitalidad y compenetración de la docena de niños del coro de Divertimento sobre el escenario y, cómo no, para el Coro de la Ópera de Oviedo, seguro en afinación y compacto. La fanfarria musical de la retreta, del tiempo de Luis Felipe, pone el fragor agudo y simpático al final del segundo acto.

La contrastada y aplaudida dirección de escena de Emilio Sagi, renovó el objetivo de aunar, de compactar voluntades en la acción ofrecer el adecuado relieve escénico. La dirección musical del maestro Marzio Conti -además del destacado brillo orquestal de Oviedo Filarmonía- estuvo atenta al diálogo orquesta-solistas, y hay en éste multitud de detalles que se desprenden en la línea melódica, en ocasiones apenas una tentativa de motivo que sirven al texto, en otras con atención a grandes arcos expresivos. La anticipación del clima psicológico es una de las efectivas armas de Puccini, como en el comienzo del tercer acto con las célebres quintas casi como pinceladas musicales que acompañan la caída de la nieve, y que sobre el tremolo de la cuerda sirven para preparar la acción siguiente. O el juego de contrastes -no el contraste sin más-, paradigmático en el cuarto acto. Cuando hay dos elementos el segundo modula la acción. El aparente desenfado y el buen humor de los amigos en la buhardilla en el cuarto acto funciona, en realidad, como antesala de la muerte que pone punto final a la ópera. Proféticas han sido las palabras escritas hace casi un siglo por Thomas Alva Edison: "Los hombres mueren y los gobiernos cambian, pero los cantos de La Bohéme vivirán para siempre". Es Puccini.

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