Crítica

Sin aliento

El clarinetista Martin Fröst fue el gran protagonista

La programación de los Conciertos del Auditorio no deja de cautivar, y va en crescendo, con la presencia de los principales solistas y orquestas del panorama internacional en su escenario. Precedido por su aplaudido éxito en el Auditorio Nacional de Madrid, el protagonista indiscutible de la noche, fue el clarinetista Martin Fröst, cuya presencia por primera vez en Oviedo suscitó el interés de un público que llenó la sala. La otra protagonista, la Orquesta de Cámara Sueca, dirigida por su titular Thomas Dausgaard, palideció por momentos ante la arrolladora y apasionante presencia del clarinetista sueco.

En un concierto dedicado por completo al repertorio mozartiano, Thomas Dausgaard extrajo a la orquesta ese "sonido dinámico y único" por el que es conocido su trabajo. Su peculiar gesto, que reduce a la mínima expresión el uso de las manos, centrándose en el movimiento corporal y el contacto visual, consigue realzar los efectos dramáticos que jalonan las últimas sinfonías de W. A. Mozart. En ellas, la lucidez y la confianza, no despojada de cierta gravedad, con las que el compositor austriaco se enfrentó a la que sería su última etapa vital, queda patente una rica orquestación de sonoridades innovadoras y de gran expresividad que fue aprovechada por Dausgaard para destacar el trabajo de su agrupación a base de matices tímbricos. Precisamente esta concepción del trabajo instrumental marcará la diferencia, con otras versiones, de las tres "Danzas húngaras" de J. Brahms, que la orquesta regaló en unas propinas poco habituales por su entrega y dedicación.

Junto a este despliegue orquestal, no es de extrañar que Martin Fröst sorprendiese y hechizase, hasta dejar sin aliento al público. Durante la interpretación del "Concierto para clarinete en la mayor" de W. A. Mozart, orquesta y director sucumbieron a la seducción del clarinete solista que no dudó en arrastrar tras de sí la voluntad de la "batuta" de Dausgaard. Tres movimientos de concierto que condensaron el virtuosismo de M. Fröst y que sin duda han elevado las cotas de perfección interpretativa. El dominio de la técnica resulta implacable, no hay matiz, ni legato injustificado; todo surge de manera espontánea al servicio del más puro Mozart. En el "Allegro" optó por un aire juguetón, casi de canción infantil e inocente, en incluso ruborizado, que dio paso a un "Adagio" en el que la respiración del fraseo parecía no llegar nunca ante unos "pianos" en los que cada nota se hizo sentir como un suspiro.

Hay algo en Martin Fröst que recuerda a la fuerza primigenia de un torbellino, no es solo el incansable movimiento de su cuerpo esculpido para la danza, que arrastra tras de sí a quien lo sigue dentro y fuera del escenario, sino también la flexibilidad con la que cambia de registro estilístico sin la menor merma en la continuidad. Como prueba, la pieza "Let's be happy" de Giora Feidman, llena de ritmos cíngaros y sonoridades hebreas, con la que se despidió de la que esperamos no sea la última vez que podamos escucharlo en Oviedo.

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