La segunda parte de "Ciudadano Kane"

La única virtud de la aburrida e insulsa "Zoolander 2" es que hace buena la primera entrega

Es difícil de entender la fascinación que ha despertado, en estos últimos quince años, la Zoolander original. Cuenta la leyenda que, entre su legión de seguidores, figura Terrence Malick, quien se sabe diálogos de memoria e incluso la ha programado, junto a películas propias, en algunos ciclos. Tras ver la hiperpromocionada segunda parte, no obstante, hay que darle crédito al director de La delgada línea roja: al lado de esta segunda entrega, la primera era Ciudadano Kane.

Pocas críticas mayores se pueden hacer a una comedia que el silencio: ese momento en el que estás en la sala del cine y un silencio sepulcral acompaña a la sucesión de ¿gags? de la pantalla. Con Zoolander 2 es peor aún: al cabo de una hora, envidias profundamente a los guajetes a los que, en la sala de al lado, escuchas troncharse con Zootrópolis.

Entre los muchos pecados de la nueva película de Ben Stiller, quizás el más reprochable es haber renunciado a las (escasas) virtudes del primer Zoolander, filme que funcionaba por parodiar los clichés propios del cine de Hollywood, por la sugerente banda sonora de David Arnold plagada de clásicos pop y por un humor, a ratos, irreverente.

Esta segunda parte, en cambio, se articula como una cansina sucesión de cameos que funciona como auténtico "leit motiv" del filme, las referencias musicales se minimizan en favor de una convencional (e insulsa) composición de Theodore Shapiro, y el "humor", por llamarlo de alguna manera, es tan blanco que se echa de menos a Rock Hudson y Doris Day entre la sucesión de famosetes que pululan en pantalla.

Sólo la vigorizante aparición de Will Ferrell al final del filme (y les aseguro que nunca pensé que iba a escribir esta frase) aporta un punto de comicidad y de mala leche a una película que hasta ese punto es aburrida de solemnidad.

Excesivo y descarado, Ferrell protagoniza la mayor parte de los escasos gags realmente graciosos del filme ("¡He matado a un hipster!", la fallida mirada "Magnum") y las réplicas más mordaces (especialmente una referente a Justin Bieber que no desvelaremos para no herir sensibilidades) de todo el metraje. Su aportación, no obstante, es insuficiente para rescatar a una película tan aburrida que nos hace desear que no haya un Zoolander 3.

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