Crítica / Danza

Diálogo entre Oriente y Occidente

La peculiar dialéctica de lo milenario y lo moderno, en la que Khan acentúa los elementos actuales

Hace dos años se presentó por primera vez en Oviedo el grupo de Akram Khan con una obra esperpéntica. Esta vez lo hizo con "Kaash", estrenada en 2004 y revisada en 2014. Su título significa "si hubiera". Khan, bailarín y coreógrafo inglés de origen bangladesí, en esta ocasión ha contado con la colaboración del músico Nitin Sawhney y el escultor Anish Kapoor, ambos de origen indostánico. La India siempre ha tenido un profundo interés en el arte de la danza, en lo que nada queda al azar. Cada gesto busca transmitir ideas; cada expresión facial, las emociones. Khan ha intentado mezclar los modos del Kathak, danza clásica milenaria de la India, con el baile moderno.

La función comienza en absoluto silencio. Un hombre de espaldas al público contempla una inmensa pintura situada en el fondo del escenario, que representa un rectángulo negro rodeado de un halo de luz. Este cuadro preside y domina toda la función. De pronto, el largo silencio inicial se rompe. Aparecen cuatro bailarines descalzos -tres mujeres y un hombre- ejecutando movimientos frenéticos acompañados de una música atronadora. Después de un buen rato de ese frenesí, la marcha cambia y se alterna la serenidad de la meditación con la intensidad febril, la gracia del siervo y la fiereza del tigre. En la coreografía se reconocen elementos ancestrales muy característicos, como los repetitivos ciclos rítmicos, veloces giros ejecutados sobre los talones y planta de los pies (a diferencia de las puntas del ballet), brazos estirados con las muñecas quebradas simbolizando cobras, dedos articulando figuras. Las expresiones faciales, si las hubo, debido a la constante penumbra, no las vi. En este peculiar diálogo de lo milenario con lo moderno y a pesar del tono ritual, Khan acentúa lo moderno. Le concede supremacía a lo que ya viene siendo una constante, enfatizar los movimientos de la parte superior del cuerpo que explota en persistentes gestos, contorsiones y movimientos fieros, acompañados por unos brazos azotados con grandes aspavientos. En los sonidos, los tonos orientales se hacen más evidente. Se combina la percusión con sílabas rítmicas, el silencio con los susurros, así como otras músicas. Termina como empezó. Otra vez el silencio y el hombre de espaldas contemplando el cuadro. El final es el principio y el principio es el final.

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