Músico

Jandrín "Ilegal"

Qué difícil es escribir sobre alguien en unas líneas, en un espacio tan absurdamente pequeño comparado con la grandeza de Alejandro Blanco.

Y qué complicado enfocarlo: ¿desde la admiración, desde el orgullo, desde la amistad... o quizá desde las tres cosas al mismo tiempo?

Admiración, por supuesto. Que ya desde que yo era guaje lo veía tocar por los escenarios con los imbatibles "Ilegales" y disfrutaba, cantaba y admiraba su pericia instrumental. Admiración por un tipo que siempre supo qué notas tocar en el momento preciso, sin alardes excesivos, un tipo capaz de tocar un jazz bass del 73 con elegancia suma o hacer sonar una fesoria con un alambre, sí, sí, ¡era capaz! Porque la musicalidad fluía a través de él sin trabas, y no necesitaba escudarse en un costoso equipo o en un ajuste de cuerdas. ¡O suenas o te hago sonar!

Orgullo también, por supuesto. ¡El bajista de los "Ilegales" quiere formar parte de mi nuevo proyecto, "The Electric Buffalo" con mi compadre Wilón DeCalle y conmigo! Un lujo al alcance de muy pocos, un referente en el rock español, casi nada... ¡Era como fichar al puto sargento Highway en nuestro barracón!

Encima era de esta clase de gente facilitadora; nunca había pegas, absolutamente todo se iba a solucionar si él estaba presente. En un momento de pánico, ante el fallo de un amplificador, cinco minutos antes del concierto, o un embrague de una furgoneta, sólo tenías que mirarlo a él y... ya está: podías tener la absoluta certeza de que todo se iba a arreglar, Jandrín sabría cómo.

Y con el tiempo, los ensayos, los bolos, las noches y las risas, llegó la amistad. Pero con ella no desaparecieron ni el orgullo ni la admiración, solamente se complementaron.

Pocas veces me he reído tanto con una persona, con sus batallitas, sus historias del "Bidente", un tipo que sólo tenía dos dientes, sus "Seguros Casifijo", y miles de historias más que sólo entenderían los más allegados. Con una mujer maravillosa y una hija por igual, que él adoraba... qué injusta y qué cruel es la vida, hoy más que nunca. Currante, fiel, generoso, buena persona y todas esas cosas que se dicen cuando alguien desaparece; sí, pero no por ello menos ciertas. Sólo puedo decir desde el dolor que ha sido un verdadero honor, un placer absoluto y un auténtico privilegio haber compartido un trocito de vida con este hombre gigante e irrepetible en todos los sentidos.

Y ahora que corren lágrimas por mis mejillas, ya no sé si habla el admirador, el orgulloso o, simplemente, el amigo. Hasta siempre, Jandrín del alma, patrullero, nunca te olvidaré.

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