Marnie en la ventana

Un estimable ejercicio de intriga con brotes de terror a partir de la clásica historia del intruso en un hogar feliz

La apuesta del actor Joel Edgerton tras las cámaras es arriesgada: coger un argumento requetevisto (el matrimonio aparentemente feliz al que, de pronto, le hace la vida imposible un intruso) y darle la vuelta para que nada de lo que vemos en la pantalla sea finalmente lo que parece. Porque aquí las apariencias engañan más que nunca. Porque las mentiras se cuelan por doquier y lo envenenan todo. En este caso, el intruso es un extraño pero menos: el marido lo conoce. Compartieron un episodio de juventud que marcó sus vidas y sólo ellos conocen toda la verdad. En medio de sus embustes, la esposa (sensacional Rebecca Hall, como siempre) hace las veces de testigo impotente de unos hechos que la sobrepasan. Víctima de un pasado que se hace presente de la forma más inesperada: de ahí que el desasosiego invada su vida. Y, de propina, la desconfianza.

Hay en El regalo (título sarcástico y malévolo a la vez) algunos sustos baratos que la afean (¡otra escena de terror que resulta ser un sueño!, ya está bien) y algún que otro guiño a Sospechosos habituales que le restan originalidad, pero en líneas generales, y teniendo en cuenta el estado comatoso del thriller en nuestras pantallas, es un título recomendable para los amantes de las emociones fuertes. El triángulo del esposo ¿perfecto?, el antiguo compañero que se inmiscuye en su hogar ¿feliz? para ayudar en lo que sea y esa esposa zarandeada por revelaciones que hacen tambalearse sus esquemas está narrado con suficiente habilidad y jugosos matices que hacen que la intriga se desarrolle con fluidez y ocasional brillantez, como la primera cita de la pareja en la ¿casa? de su solícito anfitrión o ese encuentro entre los dos excompañeros en el que se retuercen de tal forma los personajes que toda la orientación de la película cambia radicalmente. Ya sé que suena raro, pero para aclararlo sería necesario destripar una historia en la que los estereotipos saltan por los aires y la línea que separa víctimas y verdugos se vuelve tan fina que puede quebrarse en cualquier momento. Corre el peligro en su desenlace de sumarse a la corriente de títulos que buscan sorprender al espectador al precio que sea, pero el giro de tuerca final, que se ve venir a poco que se tenga algo de experiencia en estas lides como espectador, tiene un toque de desesperada incredulidad que recuerda a "Seven". Y es que, sin despreciar el estimable y esforzado trabajo de Edgerton (muy eficaz como actor, por cierto) es inevitable pensar las virguerías que habría hecho el gran David Fincher con este material donde la venganza y las sombras del pasado iluminan el presente.

El mítico Studio Ghibli se despidió con El recuerdo de Marnie, una película de animación de las que ya no se hacen, pura artesanía que proporciona un placer especial al espectador que busque algo distinto. Y es que la belleza de las imágenes es tan abrumadora que es inevitable pasar por algo los defectos de una historia un tanto alargada y en ocasiones demasiado explicativa. Pero por encima de esos peros hay que valorar la elegancia pausada (más apropiada para un público adulto) de la realización, una atmósfera dickensiana de orfandades y traumas y, sobre todo, la creación de dos grandes personajes, esas dos amigas entre las que se establece un vínculo irrompible. Tristísima, que no amarga, una película de lágrimas y pocas sonrisas para disfrutar sin rubor.

Pocos personajes encerrados en un único escenario mientras en el exterior hay una amenaza desconocida. Y, al final, sorpresón. O eso pretenden los responsables de esta especie de pariente engañoso de "Monstruoso", aquella película en la que unas formas sin duda audaces ocultaban la inconsistencia del guión. Aquí ocurre algo parecido pero en clave claustrofóbica, con un director astuto e imaginativo que echa mano de todos los recursos posibles para tratar de mantener tensa la intriga de costuras teatrales (y lo consigue en líneas generales) y un solvente reparto con un John Goodman memorable. Eso sí: la sorpresa final, tan promocionada, es un chasco.

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