Crítica / Música

Un diálogo solemne con la muerte

El maestro Rossen Milanov prefirió antes la solemnidad que el efectismo

Hay que celebrar iniciativas como la del último concierto extraordinario de la Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) para ampliar repertorio, y acercarnos obras además imprescindibles, como "The Dream of Gerontius, op. 38" de Edward Elgar (1857-1934). Se trata de una suerte de oratorio dramático que renueva el género, inaugurado el siglo XX, con la influencia del lenguaje innovador de Wagner. "El sueño de Geroncio" de Elgar, que escuchamos en Gijón y Oviedo como antesala a la Semana Santa, es una obra mística sobre la transición del alma de Geroncio, basada en el poema homónimo del cardenal John Henry Newman. El tema de la muerte es principio y fin de una obra de moral elevada, típicamente romántica, con la esperanza de la resurrección para transformar el alma. Sobriedad y gozo se combinan en esta obra de gran densidad musical, que contó con el Coro de la Fundación Princesa de Asturias, más Allison Cook (mezzosoprano), Zach Borichevsky (tenor) y Nathan Berg (bajo) en las voces solistas.

"El Sueño de Geroncio" es así un diálogo con la muerte sobrecogedor, que encierra partes de gran dramatismo, con otras de lirismo más delicado. En cualquier caso, el trabajo de Rossen Milanov desde el podio prefirió antes la solemnidad que el efectismo, lo que es de agradecer. El viernes escuchamos una obra perfectamente trazada, para cobrar sentido de manera global, a partir de los elementos que Elgar conecta desde el corazón de la construcción musical, y con los que desarrolla la obra dándole unidad y continuidad. Esta es además la principal influencia de Wagner en la obra, para trascender otros modelos anteriores de oratorios, como los de Händel. No obstante, quizá sea la instrumentación lo mejor de la obra de Elgar, con una orquesta de infinitas texturas y colores, para mezclarse con las voces, y atesorar la fuerza expresiva en torno al texto sobre el paso de la vida a la muerte, la redención y la contemplación de Dios. Así lo tuvo en cuenta la OSPA, con Milanov a la batuta.

En este viaje participan identidades poéticas que encarnan los solistas y el coro. El alma de Geroncio, hombre común, pecador, en su lecho de muerte, fue Borichevsky, que se impuso en la segunda parte, pues se trata de una voz quizá pequeña para esta obra, pero brillante y bien timbrada en el registro medio, y más limitado en los agudos. Por su parte, Cook dio vida al ángel que asiste al moribundo, con un derroche de medios vocales, muy homogéneos, y también dramáticos, para momentos de especial lirismo ("Softly and gently") frente a otros casi expresionistas ("There was a mortal"). Imponente también Berg, como el sacerdote para la última bendición, así como el ángel de la agonía, para invocar el sufrimiento de Jesús desde uno de los balcones del anfiteatro.

Finalmente, el coro se desdobla para encarnar diversos personajes, desde los asistentes a la muerte de Geroncio, las voces de los demonios, o el coro celestial que al fin envuelve al difunto, de especial dificultad. O las voces de la tierra, con un delicado y peligroso arranque. Así, el Coro de la Fundación se mostró flexible, en una obra de medios condensados, especialmente en la segunda parte, con momentos a recordar, como el coro de las almas del purgatorio. Habría que destacar también su variedad de colores y texturas, controlando volúmenes para fundirse con los demás efectivos, como al final de la primera parte. En suma, un diálogo solemne y sobrecogedor, sin falta de efectismos, con la muerte

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