Nunca un título tan sencillo escondió una irrealidad tan compleja. Batman vs. Superman. Batman: el hombre murciélago rescatado de la oscuridad por los pájaros que le dieron su segunda vida, renacido en un pozo donde cayó después de sufrir el doble desgarro de perder a sus padres entre sangre, plomo y perlas. El hombre que combate el mal sin superpoderes, sólo con armamentos sofisticados que le proporcionan el talento y la imaginación. Nada más alejado del concepto de dios que este pajarraco misántropo por fuera y filántropo por dentro: un debate interno digno de la suciedad que le rodea. Superman: alienígena entre la humanidad (de ahí que tantas veces se sienta un extraño, incomprendido siempre, adorado y maldecido) y con todas las propiedades de un dios invencible (por mucha kryptonita que le den siempre acaba ganando) al que necesitan tanto como temen.

Juntarlos es una jugada inteligente que nace no tanto de un desafío creativo como de la necesidad de la factoría DC Comics de enfrentar a sus dos jugadores franquicia para no perder comba respecto a sus colegas de Marvel, maestros en el arte de sacar todo su fondo de armario y mezclarlo con resultados óptimos. Batman y Superman siempre han ido por libre, y eso ha dado en el primer caso resultados notables (los dos primeros de Burton, los últimos de Nolan) y más flojos en el segundo (el primer Donner, un título clave para dignificar a los cómics en el cine, casi siempre cutres), quizá porque a la hora de abordar ese ridículo personaje de esquijama con capa al que nadie reconoce en la vida cotidiana sólo porque se pone gafas los directores (incluido Bryan Singer y Zack Snyder en las últimas tentativas) no supieron, como sí hizo Donner y en parte Richard Lester en la secuela) sublimar ese componente grotesco dándole un barniz de humor pero sin descuidar su aura de justiciero solitario, solo ante el peligro mientras sus conciudadanos miran hacia otra parte, tan propio del western.

Batman vs. Superman es, pues, una apuesta arriesgada dentro de lo que cabe cuando hablamos de tropecientos millones de presupuesto, y eso hay que respetarlo. Incluso admirarlo en sus logros, en cantidad suficiente para que la película sea algo más que una excusa para colar secuencias de acción rompedoras, sobremanera en el desenlace contra el indestructible demonio llameante, animado con la irrupción desmelenada de Wonder Woman y un toque kingkonesco en el acoso al monstruo. Sin desmerecer el trabajo de Zack Snyder (cuánto odiamos algunos sus 300, pero cuánto nos desconcertó/interesó su caótica mirada a The Watchmen o el delirio sin riendas de Sucker Punch), la sombra de Christopher Nolan en la producción (que se irradia a la banda sonora de Zimmer) parece darle un punto de equilibrio al estilo desaforado de su director, que aquí parece menos dado a forjar planos impactantes y se preocupe por conseguir escenas bien armadas, claras y concisas, con momentos de irreal belleza: ese caballo solitario entre el polvo que se cruza con Ben Affleck tras la devastación, la bajada de los cielos de Superman en México rodeado de fieles agradecidos con máscaras de calaveras, el vagar de Clark Kent en la nieve, las visitas góticas de Wayne al panteón o el funeral a ritmo de gaita escocesa. Es la sincronía visual lo que mantiene unido al conjunto aunque algunas de sus notas fallen: el abuso de pesadillas para colar escenas de acción que espabilen al espectador, los inevitables toques de filosofía facilona y simbolismo chusco, cierta confusión en algunos tramos que rompe el hilo narrativo, el siempre peligroso bajón de ritmo que llega en una película tan (innecesariamente) larga o el no siempre logrado personaje de Luthor, tan pronto representado como un primo lejano del Joker, histriónico hasta la comicidad, como convertido en una especie de inquietante y alucinado Doctor Frankenstein empeñado en devolver a la vida a un monstruo.

A pesar de que Batman es un personaje mucho más interesante, y más si nos lo pintan en su madurez/decadencia, con menos ímpetu y fuerzas que antes, aunque sostenido por su inseparable Alfred y con un descreimiento creciente que le hace vulnerable en todos los sentidos, incluido el físico, Superman tiene aquí algunos rasgos que mejoran su apariencia real, más humana. Por ejemplo, y es algo sorprendente en una peli de este tipo, se le presenta sexualmente más activo que nunca (tampoco es Christian Grey, ¿eh?) y también confuso, débil y dubitativo, casi contradictorio. Y sangra y casi muere y renace y casi vuelve a morir y necesita ayuda y casi tira la toalla. O la capa. A ello ayuda un Henry Cavill muy eficaz, tanto como el tan denostado Ben Affleck, al que le vino de perlas cultivadas pasar por las manos de David Fincher en Perdida. Pese a sus defectos de engrase y engorde, Batman vs. Superman abre unas perspectivas estimulantes para el mundo de DC Comics. Batman vs. Superman bien podría ser, si se administra con buen juicio, lo que Los Vengadores significó para Marvel. Ya sólo faltaría que ambos gigantes unieran fuerzas algún día (como se hizo en papel) y viéramos Batman y Superman vs. Los Vengadores. ¿Se imaginan al hombre de acero pegándose con el hombre de hierro? Metales al poder.