Mirador de sombras

Los tambores de Calanda

A las procesiones no les ponen obstáculos las autoridades municipales, sino la lluvia

Pasó la semana laica en el marzo más infame desde el cambio climático acá y con la conmoción producida por los atentados de Bruselas, que sin duda afecta a nuestros cosmopolitas de corto aliento, ya que tales carnicerías tienen grandes posibilidades de desarrollarse en aeropuertos. Respecto a la "semana laica" propiamente dicha, hemos observado que la "progresía con mando en plaza" se muestra menos beligerante que con la Navidad. ¿Será por su carácter violento y desgarrado, o porque conmemora la muerte de un judío? Lo cierto es que a las procesiones y demás espectáculos turísticos piadosos no les ponen obstáculos las autoridades municipales, sino la lluvia. Esa lluvia tenaz, implacable, que llena el paisaje de humedad, oscuridad y frío. El peor marzo de los últimos tiempos.

Con la Semana Santa, como con otras fiestas de arraigo popular, nacen tradiciones y otras desaparecen, porque no eran verdaderas tradiciones. En mis tiempos de estudiante, que yo sepa, no había cofradía de estudiantes y la Semana Santa se celebraba en Oviedo principalmente cerrando bares por orden gubernativa, lo que nos obligaba a desplazarnos a Colloto, Fuso o El Palomar. En cambio, estaban muy de moda los tambores de Calanda, y hasta hubo logia de "progres" que intentó organizar una "tamburrada" en homenaje a Luis Buñuel, quien por entonces era poco menos que Dios bajado del cielo, no había revista cinematográfica que no declararan imperturbablemente que se desnudarían si lo exigía el guió y que su aspiración era ser dirigidas por Buñuel. En cuanto a los tambores, obedecían a otra causa. En Calanda, el pueblo aragonés donde nació Buñuel, se tocaban los tambores el día de Jueves o Viernes Santo. Eso era todo, pero la "progresía" lo adaptó a modo de ritual, dando lugar a una de las escenas más grotescas del cinematográfico: Geraldine Chaplin tocando el tambor en una película de Saura.

Buñuel, en los tiempos finales del franquismo, tenía el encanto de la novedad. Repentinamente, aquí se enteraron de que existía un director cinematográfico que había sido amigo de García Lorca y Dalí y que estaba exiliado en Méjico pro republicano. ¿Hacia falta algo más para que se le subiera a los altares? En Buñuel todo era perfecto: desde el aspecto cultural (amigo de Dalí y Lorca) en la época en la que el "progre" todavía no estaba seguro de si el cine era "Cultura" o "Hollywood", al exilio, la república y todas aquellas cosas que gustaban tanto. Todo el mundo estaba convencido de que Buñuel era un gran director porque había estado exiliado y a nadie se le ocurrió darse cuenta de que era, en efecto un gran director independientemente de sus peripecias políticas y amistades personales. Hacer la más mínima objección a una película de Buñuel era blasfemia. Y, de pronto, todos se olvidaron del director aragonés. Seguramente los "progres" se sentaron por primera vez a ver sus películas y descubrieron horrorizados que Buñuel es un reaccionario. Desde entonces, los tambores de Calanda solo suenan para los de Calanda, cuando deben sonar.

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