Tino Pertierra

El bosque animado

Una joya del cine de terror que, sin trucos facilones ni sustos baratos, logra inquietar con una atmósfera amenazante

Aviso importante: quien vaya a ver La bruja esperando encontrarse con una película de terror al uso va a pisar un chasco importante. No hay sustos propiamente dichos (lo más parecido llega al final de una seducción diabólica o un plano contraplano escalofriante por lo que sugiere, no por lo que muestra) y la inquietud creciente que se va apoderando de las imágenes no nace de las truculencias que invaden el género desde hace lustros, más ocupado en dar asco que preocupado en meter miedo de verdad, sino de una capacidad pocas veces vista en un debutante para crear una atmósfera preñada de amenazas en la sombra. Sí hay sorpresas, pero no van acompañadas de los típicos truquitos musicales sin los que el 90 por ciento del cine de terror perdería eo 90 por ciento de efectividad.

Es una película festín para los cazadores de referencias (resumiendo que es gerundio: Shyamalan y su "Bosque", Dreyer en general, Haneke y su "Cinta blanca", Polanski y su "Semilla del diablo", incluso Kubrick y su uso de la música...) pero lo importante es que al verla desconectas los radares de rata de filmoteca y entras hasta la cocina de una historia aparentemente sencilla pero de entrañas nada simples.

Para los amantes de las sinopsis: estamos en la Nueva Inglaterra de 1630. Familia de colonos. Cinco hijos. Un bosque al acecho (referencia cromática prudente a Caperucita Roja y la loba feroz, por cierto). Hay algo allí que es maligno. It, que diría el gran Stephen King. Una desaparión y el hogar salta por los aires. Nadie está libre de sospecha. Qué pasó. Qué pasará. La familia como agujero negro: es fácil pasar del amor al horror, sobre todo cuando lo sobrenatural se pone serio. Y la historia (la histeria, mejor) avanza en planos implacables donde la locura y el desasosiego se dan la mano (la garra, mejor) con abrumadora intensidad.

La mirada primero inocente de la protagonista (una Anya Taylor-Joy que con una mirada abismal como la Ana Torrent de El espíritu de la colmena, la obra maestra de Víctor Erice que en una de estas quizá vio el director) se va contaminando poco a poco hasta que la amenaza de corromperse por completo se hace presente en un escenario grisáceo donde la (o)presión religiosa tiene un reflejo boscoso y terrible. Y qué pena que esta pequeña joya de belleza tan siniestra y milimetrada austeridad remate tan mal la faena y su desenlace rompa el encanto y abrace el maleficio del exceso con resultados un pelín grotescos.

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