El ojo de Dios

Sobre la película "Espías desde el cielo" y la guerra actual

Me gustan las películas que comienzan sin que aparezcan los créditos. Se que van a ser de alta intensidad. Esta lo es. Solo los da al final. Cuando el espectador respira y admirado quiere saber a quién debe tal obra de arte. La debe a Gavin Hood, director sudafricano con un Oscar en su palmarés y que aquí, además, representa al paciente y neutro coronel de la base aérea cercana a Las Vegas, desde donde la fuerza aérea norteamericana controla los drones con los que observa y actúa en las ciudades de interés militar del mundo.

La intensidad la dan el soberbio guión y los excelentes actores. Ambos son de teatro. Pocas escenas, pocos personajes y grandes artistas, como Helen Mirren y Alan Rickman que sobresalen. Los dos son actores de escenario y trabajaron juntos en obras monumentales, aunque ya no lo harán más, pues recientemente falleció Rickman.

La película es de bulto redondo o un cubo de Rubik, llena de facetas, que el espectador puede contemplar desde distintos ángulos. Es una película de guerra. Pero rara y diferente, como es la guerra actual. No tiene la adrenalina del combate aéreo o submarino, ni las vertiginosas escenas de un desembarco heroico. Pero absorbe. El paisaje es urbano, tanto para los que dan como para lo que reciben, y la acción es calculada, aparentemente solo técnica, aunque se concreta en el terreno, por el que circula la gente de los dos bandos y los que no son de ninguno. Todos simples mortales y todos protagonistas, sus vidas se cruzan mediadas por la tecnología, producida por científicos orgullosos de sus investigaciones en materia de nuevos materiales, de sistemas de posicionamiento global, que además de hacer la vida fácil hacen otras muchas cosas, como Ringo la bacaloria chivata. La película pone a la gente ante una realidad que se niega a ver; curiosa paradoja, pues en este caso de lo que se trata es precisamente de ver.

La sociedad es global a estos efectos, las preocupaciones de los padres similares y las situaciones que el azar desencadena imprevisibles. Sin embargo, las motivaciones del conflicto no son diferentes a las de otras guerras del pasado, y siempre tienden a causar bajas locales. Lo que marca la diferencia es el contraste entre la vida cotidiana "normal" y las decisiones trascendentales que todos tienen que tomar. Unos, fanatizados, aceptan el riesgo absoluto, otros toman sus decisiones acompañadas de "café y galletas", engarzados en una amplia y larga cadena de mando de la que nadie quiere ser el eslabón que finalmente se rompa, aunque para evitarlo los escudos sean el cinismo o el cálculo interesado. Pero la película no hace una llamada a la solución absolutista, pues entonces habrían ganado aquellos que sin razón, por ejemplo, denuncian los juegos de las niñas, sino que expone al público las reglas con las que combaten los ejércitos que defienden a los países occidentales , y las posiciones morales y exposiciones públicas entre las que se tienen que decidir la acción.

Una acción que ya está siendo convertida por la tecnología en algo muy diferente a lo conocido, tanto para sufrirla como para aplicarla, en escenarios que serán urbanos y en los que la inmensa capacidad de control será mediada por el factor humano y el peso de la geografía. Riesgo, decisión, responsabilidad y respeto a unos valores son tratados cinematográficamente con excelencia.

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