Maxi Rodríguez

Sumiller

Maxi Rodríguez

Todo en su sitio

Las estrecheces económicas son muy buenas para según qué. Lo tengo claro si veo la trayectoria de Arrayán. Proyecto nacido en un momento de vacas gordas con un despliegue económico que podía permitirse una de las grandes fortunas españolas. No faltó de nada: Richard Smart, la voz más cualificada en viticultura del momento. Miguel Ángel de Gregorio, de aquella el enólogo de moda, los mejores clones, barricas, diseños... Todo dispuesto a triunfar. El tiempo y el mercado acabaron poniendo en su sitio el proyecto, sin pena ni gloria.

Vinos atemporales y convencionales eran los arrayanes. Nunca me dijeron nada. Ya van un par de añadas que los estoy siguiendo de cerca y estoy empezando a esbozar una sonrisa. Nadie me lo ha dicho, pero me da la impresión de que por fin encontraron su sitio; creo que una de las decisiones más coherentes de la bodega fue la de incorporar a una chiquita cuyo chupo debía de mojarse en vino. Maite Sánchez, hija del reputado periodista vinícola Bartolomé Sánchez, se hizo con las riendas de la dirección técnica y, por lo que a mí respecta, los convencionalismos los ha puesto de patitas en la calle. Maite está trabajando muy seriamente con garnachas y variedades autóctonas del entorno. Se ha escapado a otear las laderas de Cebreros donde las viejas cepas procuran leyendas míticas y está empezando a firmar vinos que ya no pasan desapercibidos.

La Suerte de Arrayán, una garnachita de Méntrida con taninos muy pulidos y redondos, un caramelito. El blanco de albillo real, más serio y pesado, alejado de mi estilo pero que, sin duda, va a abrirse camino, y Garnacha de Arrayán 2013, que es del que estamos hablando. Un vino extremadamente mineral, un poco duro pero que mes a mes se está afinando como esas hermosas damas que dan el salto de la pubertad a la madurez sin darse uno cuenta. Dieciséis meses de roble francés necesita Maite para domar un vino extremo que hasta sus posos están impregnados hasta las trancas de la potente mineralidad de las pizarras de Cebreros.

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