Crítica / Música

Un final de temporada agridulce

La "Sinfonía alpina" no fue quizá la mejor elección para poner el broche de oro, a pesar de la imagen relumbrante del escenario

No fue, ciertamente, el mejor concierto de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) y menos para cerrar su temporada de abono en las bodas de plata de la orquesta. El concierto número dieciséis, que el jueves se celebró en Gijón y el viernes en Oviedo, para cerrar temporada, era especialmente esperado. Primero, por una nueva fusión de las dos principales orquestas asturianas, OSPA y Oviedo Filarmonía, lo que permite vivir nuevas experiencias sonoras en un repertorio aquí menos habitual, para gran orquesta. Segundo, por el regreso del pianista Luis Fernando Pérez, al que aún recordábamos como solista de "Noches en los jardines de España", obra de Manuel de Falla que, en una versión evocadora y colorista, destacó en el cierre del mismo ciclo en 2011, con David Lockington en el podio.

En su regreso a Asturias, escuchamos al pianista madrileño en otro registro -es reconocido en el repertorio de música española-, como protagonista del Primer Concierto de Brahms: una obra de especial calado sinfónico, en el que la orquesta se combina con los efectos de un piano denso y de fuerza arrolladora. Sin embargo, faltó acuerdo y conexión musical para tal fin con Rossen Milanov, el titular de la orquesta, a cargo de la dirección. El arranque del primer movimiento, "Maestoso", anunció ya una versión muy descompensada, especialmente el rondó final, desbocado en su conjunto. Sin duda, el "Adagio" mostró lo mejor de la interpretación -técnica pianística aparte-, con el lirismo del solista apoyado por la orquesta (a destacar, los colores de la cuerda grave), para disfrutar de todas las inflexiones expresivas de esta página más intimista.

Sin duda, Richard Strauss ha sido el compositor más transitado esta temporada, también para la clausura, con la "Sinfonía alpina". Se trata del colofón en el catálogo de obras programáticas del alemán, para evocación de imágenes en un recorrido de ascenso y descenso en una jornada en los Alpes bábaros: casi a modo de viaje psicológico, hasta la cumbre, y para redención del viajero, en la paz de la noche cerrada final. Con todo, no fue quizá la mejor elección para poner el broche de oro, a pesar de la imagen relumbrante del escenario del Auditorio, con el batallón de músicos y el despliegue de otras "rarezas" de instrumentos, como las máquinas de tormenta o el oboe bajo.

En esa progresión de etapas, desde los pies de la montaña, se echó en falta mayor equilibrio entre las diferentes secciones instrumentales, para la compleja combinación de texturas que encierra la partitura. Hay que destacar la implicación de todos los músicos, y la labor de los vientos, además de momentos felices como las sonoridades veladas en esos efectos en el descenso de la montaña. Pero la riqueza de planos y elementos de conexión en el entretejido de la "Sinfonía alpina" se perdían entre la densidad del conjunto, con poca claridad, en la evolución sinfónica de la obra.

En suma, fue un final de temporada con sabor agridulce, pero que tampoco debería oscurecer, pienso yo, el recorrido de la OSPA en su programación en este curso musical de aniversario. Se cierra una temporada en la que la OSPA ha mostrado su madurez sinfónica, en diferentes series de conciertos que siguen una línea maestra que parece efectiva para el desarrollo artístico de la orquesta. Los violonchelistas Johannes Moser y Adolfo Gutiérrez, la violinista Alena Baeva o el pianista Joaquín Achúcarro protagonizaron algunas de las veladas más aplaudidas del ciclo, además de las firmas, en la dirección, de Pablo González, Ari Rasilainen o Andrew Grams, entre los nombres a destacar este curso. Adelante.

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