Un peplum del siglo XXI

Hay que celebrar que no paren de producirse películas como de "serie B" pero a lo grande

Después de "Warcraft", hay que celebrar que no paren de producirse películas como si fuesen de serie "B" pero de gran presupuesto. Es todo un logro. En el filme de Alex Proyas, director de las notables "El cuervo" o "Dark city", ya la cosa comienza con tono de pseudodespropósito: cuenta una voz en off que en el Antiguo Egipto convivían los dioses y los humanos. Los primeros eran gigantes y los otros más de tamaño normal y todo iba tirando hasta que el dios Set (Gerard Butler) traicionó a su sobrino el dios Horus (Nicolaj Coster-Waldau) y convirtió a la tierra del Nilo en un inmenso campo de concentración. En paralelo a la venganza de Horus está la historia de Bek (Brenton Twaithes), un joven que va a salvar de la muerte a su chica y, de paso, a sus compatriotas.

Planteada como una película tradicional de aventuras, el principal desafío de "Dioses de Egipto" parecen ser sus efectos digitales y no tanto su guión. Sus enormísimos escenarios, sus multitudes, las carreras aéreas o ese final desbocado no buscan un estricto sentido narrativo sino que ayudan a conseguir que el filme se vuelva un divertimento atropellado. La epopeya del protagonista, que trata de mimetizar las clásicas con muchísimas licencias, se debe tomar desde casi la comedia: ojos que vuelven a la cara del tuerto, resurrecciones o viajes a la atmósfera con un viejo en barco.

Solo hay una actitud para ver "Dioses de Egipto" y no es muy diferente a la de cuando disfrutamos de los "peplums" italianos de toda la vida. Sin prejuicios, sin vergüenza y con ganas de pasarlo bien. Cierto: en determinados momentos, Butler cae en su caricatura, Geoffrey Rush parece una broma de sí mismo y se le ve el truco a algunos de los efectos pero ¿qué sería de nosotros sin el cartón piedra de toda la vida?

Compartir el artículo

stats