Un soplo de vida a la tauromaquia

En memoria de Víctor Barrio, cuya muerte es más dolorosa tras los insultos en las redes sociales

Ha pasado una semana. Hace ya siete días, siete, en la que un puñetero e inoportuno golpe de viento le arrebató de un soplo la vida a Víctor Barrio con sólo 29 años de edad. Una semana en la que la familia taurómaca, entre lágrimas, ha ocupado las portadas de diarios y televisiones porque una certera cornada partió el corazón al torero de Sepúlveda.

Apenas coincidimos en persona un par de veces, porque la radio no siempre requiere estar frente a frente y no se puede hablar de amistad. Sí conversé con él una docena de veces para entrevistarle por sus múltiples triunfos de novillero y por su preparación en esos largos inviernos de soledad en el campo. Inviernos que se hacen todavía más cuesta arriba cuando se vislumbra el inicio de temporada y no hay contratos sobre la mesa. Donde la constancia y el sacrificio, dos cualidades inherentes al torero, le sirven para estar siempre a punto por si el día menos pensado suena el teléfono para ofrecerle una oportunidad como antesala a plasmar en el ruedo todo lo soñado en el campo. Sueños que muchas veces quedan sin cumplir. Tan solo los toreros comprenden ese sacrificio, el común de los mortales solo lo asumimos con admiración.

Al enterarme de la noticia no dejaba de negar la realidad. Una y otra vez. Pronto se me vino a la memoria su debut como novillero en Las Ventas, en uno de esos domingos de relleno en la temporada de Madrid a los que acudía con poca fe a la plaza. Y allí estaba él, un joven desconocido de gran altura que al primer lance acaparó la atención de los tendidos nada más salir el primer novillo de su lote. Creo recordar que de la ganadería de Rehuelga, del mismo encaste que el maldito toro de Los Maños. Aquella tarde todo fue verdad. Como su muerte aunque no me la crea. Su proyección como novillero se paró en seco tras su alternativa, también en la capital, a la que, por supuesto, acudí. No hubo suerte y la dureza de su profesión le relegó, sin el beneficio de la duda, a un segundo plano donde sólo con afición y amor al toreo se sobrevive. Entregó su vida al toro sin reservas. Hasta el final más doloroso, terrible y artístico.

Murió vestido de luces a mayor gloria del toreo. Haciendo lo que más quería, pero no por ello es menos duro. El dolor por el prematuro adiós se acrecienta, además, al contemplar en las redes sociales, parapeto de mediocres y cobardes, cómo desde el anonimato se cruza el límite de la libertad de expresión. Por si fuera poco perder a un esposo, a un hijo, a un amigo? el entorno de Víctor Barrio ha tenido que llevar el duelo entre mensajes de alegría por el certero viaje del pitón del toro "Lorenzo". Me niego a aceptar que quedarán impunes esos seres carentes de humanidad que vitorean la muerte de un chaval de 29 años con toda la vida por delante. No vale todo. A ellos solo les deseo que tengan un hijo torero.

Víctor Barrio, además, tuvo la clarividencia de apostar por transmitir los valores de la Fiesta. Siempre apostó por mostrar el toreo y no centrarse sólo en defenderlo. Organizó numerosos actos con niños y jóvenes para que bajo sus indicaciones tomaran contacto con capotes y muletas. Incluso su muerte ha servido para unir más si cabe a los estamentos taurinos que han estallado ante las injurias y amenazas de la yihad antitaurina contra una digna y honrosa profesión. Has logrado, sin apenas proponértelo, dar vida a la Tauromaquia. A costa de la tuya. Gracias, torero.

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