Una asignatura pendiente

Para Oviedo, como su "ciudad imperial" y como agradecida casa adoptiva, la muerte de Gustavo Bueno deja un vacío imposible de llenar y nos sitúa ante esas preguntas que siempre terminan por asaltarnos cuando se trata de decir adiós a una persona querida y admirada: ¿Le habremos tratado como se merecía? ¿Hemos reconocido justamente sus méritos? ¿Hemos disfrutado lo suficiente de sus lecciones y de su compañía?

La política es poco propicia para el reconocimiento y menos aún para el vivir sosegado que requiere disfrutar de una mente tan prolífica y amplia como la de don Gustavo. Sin embargo, en su momento, en el Ayuntamiento fuimos capaces de ponernos de acuerdo, al menos PP y PSOE, para rendirle un homenaje con la concesión de un título que no sólo merecía sino que, por aceptarlo, ennobleció aún más, el de hijo adoptivo de Oviedo. Fue una ceremonia entrañable en la que quedó claro, como dijo el alcalde de la ciudad, que "fe con las personas que se quiere es creerlas aunque no las entendamos".

Y también fuimos capaces en 1998 de apoyar a la Fundación Gustavo Bueno con la cesión de un edificio como el antiguo Sanatorio Miñor, que se ha mostrado como una excelente sede para este escenario de conocimiento del materialismo filosófico y, también, o por ello, de reconocimiento permanente a la creación continua que siempre protagonizó don Gustavo.

Pero estos reconocimientos ¿fueron o son suficientes hacia un hombre que siempre estuvo ahí, dispuesto a ejercer de ovetense de corazón, y que ha convertido Oviedo en una referencia internacional del conocimiento y de la filosofía? Estoy convencido de que pudimos, o debimos, haber hecho más y que quizá nunca supimos estar a la verdadera altura de una persona tan grande.

Lo bueno es que todavía estamos a tiempo de enmendar esos posibles errores de reconocimiento, apoyando a su Fundación para que continúe su labor y proyecte su legado, y tratando de afianzar aún más su figura y su obra como un referente cultural e intelectual de Oviedo y de Asturias. No me cabe duda alguna de que se le negó inmerecidamente algún gran galardón que premió a filósofos de menor relevancia y que su propia personalidad, tan dispuesta siempre a hablar claro, sin tapujos ni servidumbres, hace difícil que algunos entiendan que por encima de su resentimiento ante una mente tan libre y clara está el interés de una ciudad que con Gustavo Bueno, que reconociendo y valorando el legado de Gustavo Bueno, es aún más imperial.

En cualquier otro lugar del mundo, un filósofo de la categoría y con la monumental obra de Gustavo Bueno tendría un museo, una ruta de conocimiento que permitiera vincular su experiencia vital e intelectual con la ciudad y sus rincones, una calle o una plaza abierta al mundo, como lo fue él...

Tengo la sensación de que todos los ovetenses y los asturianos tenemos aún una asignatura pendiente con Bueno y con su obra, y creo que el mejor reconocimiento que podemos hacerle al despedirle es conjurarnos todos para aprobarla, con amplitud de miras, sin trasnochados rencores ideológicos y pensando que este gran pensador es uno de los mejores patrimonios de los que puede disponer esta región.

Creo que sus hijos, que su familia, deben ayudarnos a aprobar esta asignatura pendiente para que podamos plantear un proyecto que permita a Oviedo continuar siendo la sede de una obra tan inmensa como la que construyó Gustavo Bueno.

Y el Ayuntamiento tiene que comprometerse con ese proyecto para que nuestro hijo adoptivo, a través de su legado, pueda seguir proyectando al mundo su pensamiento desde Oviedo.

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