Catedrático jubilado de la Universidad de Oviedo

Fin de una etapa histórica en la Universidad de Oviedo

Un pensador que no dejaba a nadie indiferente

Lleno de profundo dolor y tristeza me encuentro después de enterarme de la muerte, que no desaparición, del profesor Bueno. Procedente de una generación brillante de nuestra Universidad, con su desaparición del claustro se pone fin a una etapa de catedráticos eminentes, entre los que deberían incluirse nombres tan ilustres como los del profesor Siro Arribas, mi profesor y maestro, y Emilio Alarcos, coetáneos desde el principio. Junto a ellos hay que citar nombres como el de José Miguel Caso González, que fuera rector de la Universidad y del que fui alumno en el Instituto Jovellanos; José Benito Álvarez Buylla, vicerrector y también mi profesor en el Jovellanos, y, más recientemente, José María Martínez Cachero, igualmente profesor mío.

Por una u otra razón, el destino nos ha unido y hemos vivido etapas apasionantes en nuestra Universidad. Una Universidad a la que contribuyeron en buena medida a hacer bueno el nombre de Universidad Literaria, ya que en su mayoría eran pertenecientes al campo de las Humanidades.

En el caso concreto del filósofo Bueno no seré yo capaz de enjuiciar su calidad y sus valores, reconocidos internacionalmente, otros lo han hecho y además de forma magistral a través de estas mismas páginas. Tan sólo unas pequeñas pinceladas que tienen que ver con un encuentro casual e inesperado que nos hizo coincidir en un programa televisivo en el que, bajo el titulo genérico de "Ésta es mi Historia", se debatía sobre el tópico. ¿Debe ser la asignatura de Religión obligatoria? Tan casual fue que incluso pudimos volar juntos en el mismo avión a los estudios de TVE 1 en Barcelona y tuve la oportunidad de conocer en persona a su mujer, Carmen Sánchez. Luego todo lo que pude saber de ellos fue a través del contacto con su hijo Gustavo, estando yo todavía en activo.

De esta forma, sabía de la enfermedad de Carmen y un poco del deterioro sufrido últimamente por el profesor Bueno. Pero lo que no me podía imaginar era el triste final acaecido en tan corto espacio de tiempo en su casa de Niembro. Tal es así que tan sólo las nuevas tecnologías me permitieron contactar con su familia para trasladarles mi pesar.

Si algo tuviera que destacar del matrimonio es su afabilidad, puesta de manifiesto en cada conversación que pudimos sostener en las ocasiones que nos brindó el corto e intenso viaje. Eso sí, por encima de todo, además de la indudable sapiencia de Gustavo y su habilidad dialéctica, que ponía al alcance de todos los que tuvimos oportunidad de disfrutar de su presencia a lo largo de todo el debate, de más de dos horas de duración, me dejó impresionado su propia presentación al inicio del programa: "Yo me declaro católico ateo". Y también su aseveración "la religión no es cultura", con la que estoy plenamente de acuerdo, vertida con motivo de un pequeño debate sostenido con él, pese al escaso eco que tuvo en los contertulios.

Gustavo Bueno, como alguien aseguró en este mismo periódico, era "un pensador que no dejaba a nadie indiferente". Y lo ratifico porque así ha sido siempre, porque por encima de todo utilizaba la lógica del pensamiento, era capaz de plantearse las dudas o interrogantes buscando lo que la ciencia de la filosofía busca por encima de todo, y que no es otra cosa que la búsqueda de la verdad.

Y la verdad es que la Universidad y la filosofía se han quedado huérfanas de uno de sus más ilustres profesores, a quien tuve el gusto de tratar. Riojano de nacimiento, pero vetusto en su saber, contribuyó en buena medida al engrandecimiento de la Universidad Literaria de Oviedo.

Descanse en paz, y que su escuela, que permanece en el Milán, siga creciendo.

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