Curso acelerado de sustos de saldo

Lo que funcionó en un corto pierde todo su interés al estirarse con un guión flojo y una dirección sin ideas

Ya conoces la historia. David F. Sandberg rueda con dos euros un cortísimo metraje basado en una sola idea no especialmente original pero que funcionaba: cuando la protagonista apaga la luz, un ser monstruoso aparece. Cuando la enciende, se va. Y así en poco más de dos minutos con un pasillo y una cama como únicos escenarios, y fatalmente rematado el asunto con un plano final ridículo de la criatura de marras.

Alguien lo vio en Hollywood y les faltó tiempo para llamar al director, darle pasta (tampoco mucha, cinco milloncejos, pero más que suficientes para el tipo de histeria que se trae entre planos) y pedirle que convirtiera dos minutos en hora y cuarto. Vamos, que no dura mucho el estirón pero tampoco los encargados de hacerlo se han esforzado demasiado en rellenarlo con material consistente. Nunca apagues la luz tiene un reparto sólido (Maria Bello siempre es una garantía, Teresa Palmer da buena réplica y el crío no desentona) y una sugerente idea pobremente desarrollada que podría haber tenido fuerza (la locura que se alimenta de sombras propias y acecha a las ajenas) pero lo que falla con estrépito es la realización. Y es que Sandberg, apadrinado por el sobrevalorado James Wang, se limita a sacar el manual del cine de sustos previsibles y lo sigue fielmente dando a los arreones de música y los brincos de cámara toda la responsabilidad de agobiar al personal. Un carrusel de trucos que le aleja de otros cineastas de nuevo cuño que sí arriesgan más a la hora de poner en escena nuestros terrores favoritos. Al final, Nunca apagues la luz se desactiva a sí misma y la criatura monstruosa (de clara silueta nipona, ni en eso es original) más que miedo produce fastidio.

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