Leo con pesar que ha fallecido el bueno de Ignacio Gracia Noriega. Me choca estar escribiendo su necrológica, precisamente a él, que escribió tantas de tantos amigos, conocidos y seres queridos (incluida la de mi padre).

Tenía Gracia esa retranca propia de estas tierras -y esa vehemencia en la defensa de sus convicciones- que me recordaba, por las veces que tuve la fortuna de hacer tertulia con él, a sabios geniales, pero poco dados a las lisonjas de la plaza, al estilo de León Bloy o C. K. Chesterton.

Releo un artículo que escribí para LA NUEVA ESPAÑA hace ya unos años:

"Es José Ignacio un hombre de extensa y variada cultura. Da fe de ello su biblioteca, sin duda una de las mejores, sino la mejor, de la Villa. Un tesoro así dice ya mucho de quien lo posee. En Gracia lo más llamativo es cómo tiene todos esos libros en la cabeza. Encuentra con pasmosa facilidad un texto relevante, una edición rara o tal o cual verso. Se sirve de esta facultad para el arte de la cita, de la que es consumado maestro. Y precisamente es este bagaje de conocimientos el que le permite la cita. Por eso en él este recurso nunca es superfluo, redundante o afectado.

"La talla intelectual de Gracia Noriega debería estar fuera de toda duda. Me consta que se carteó con Ernst Jünger, uno de los pensadores más fecundos de nuestro tiempo. En otra ocasión, paseando por el Oviedo viejo, un historiador de la talla de Hugh Thomas pedía consejo a Ignacio sobre tal anécdota del Marqués de Santillana y cual visión sobre la personalidad de Riego. No es nuestro escritor un sabio celoso de su sabiduría. La comparte pródigamente y no sólo con el hispanista inglés. Por ello es un ameno y alegre compañero de tertulia y viaje, siempre presto al comentario agudo y a la anécdota jugosa. Sus artículos de viajes, los de las primeras nevadas de otoño cruzando La Liébana, son sencillamente deliciosos.

"Se culpa a Gracia Noriega, no diré que sin fundamento, de no ser 'políticamente correcto'. Pero es que esta cualidad de lo 'políticamente correcto', que es sin duda virtud imprescindible para políticos y personas 'públicas', no tiene por qué serlo para los artistas. Incluso podría irse más lejos al apuntar que las flores del arte no crecen bien bajo la sombra del árbol de lo 'políticamente correcto'. De alguna manera hay algo en el arte -¿será Dionisios?- salvaje y transgresor.

"No obstante, el arte sobrevive a su tiempo. No sé cómo llevarían en Arlés las excentricidades del 'Loco del pelo rojo'. Lo cierto es que ni le compraron un solo cuadro ni le nombraron pintor oficial".

No se me ocurre añadir nada para recordar hoy a un gran escritor y buen amigo (un paisano en el sentido asturiano del término). Gracias Gracia, gracias.