Principiantes absolutos

John Carney profundiza en la veta de "Once" y "Begin Again" y logra su película más personal y entrañable

Mírala, ahí está. Desafiante, rebelde, gloriosa. Ajena a toda vergüenza, a toda vulgaridad. Imposible no fijarse en ella, no desearla, no amarla. Así que para allá va Connor, pardillo de libro, atraído por la chica como una luciérnaga por un farol. Y nosotros vamos con él, claro, porque todos fuimos él. Intenta seducirla, pero no sabe cómo: con 15 años no tiene armas para eso. Así que tantea, tembloroso y colorado como el púber que es, y se agarra a lo primero que dice: "Soy modelo". Y el chaval tiene una idea: grabar un vídeo musical. Porque son los ochenta. Así consigue su número, lo más difícil. Ahora queda lo fácil: buscar a otros cinco pardillos y montar un grupo. Está hecho: son los ochenta y esto es Irlanda, no hay mucho más que hacer si se tiene quince años. Escamotear pitillos, recibir palizas y formar un grupo.

Así se embarca Connor en la aventura que le llevará a convertirse en "Cosmo". A descubrir su vocación y a su primer amor, que como suele pasar van unidos. Eso es Sing Street. Eso es el cine de John Carney. Vocación, amor, optimismo, humor cotidiano, personajes trazados con cariño y música. Mucha música. Buena música. Canciones que dicen más que la mayor parte de los diálogos. Siguiendo la veta de Once y Begin Again, Carney firma la que quizás sea su película más personal, sin duda la más entrañable y probablemente la más redonda. Un filme en el que retoma su exploración de las relaciones entre la música y el entorno, que crece a partir de su banda sonora y del magnetismo de Lucy Boynton.

Con un saludable toque de ingenuidad y nostalgia, Sing Street es ante todo una película honesta, dirigida a esos chicos que odiaban (odiábamos) los espejos y soñaban (soñábamos) con ser cantantes, cineastas, escritores, poetas. Una película en la que los malos llevan sotana y detestan a Ziggy Stardust, y los chicos buenos lideran pequeñas revoluciones para conquistar a una chica guapa. Y cuando termina, sólo deseas que todo le vaya bien a estos chavales, a estos principiantes absolutos, que conducen su vida como si la hubieran robado.

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