El hombre que quería saber demasiado

Salvo cuando le da por hacerle la pelota a algún tiranosaurio de las Américas profundas, Oliver Stone siempre se las arregla para llevar el agua sucia a su molino. Un agua que presume de ir contracorriente ya sea para cuestionar la versión oficial del asesinato de Kennedy o para abrir en canal la historia de Vietnam o para sacar a la luz todas las miserias de Wall Street o para mostrarnos con toda la crudeza posible las andanzas de esos asesinos natos que la podrida sociedad norteamericana fabrica en cadena perpetua.

Tras el bajonazo de descalabros como Alejandro Magno, World Trade Center, W, la mansa secuela de Wall Street y Salvajes, la figura retumbante (y redundante) de Stone parecía reducida a un personaje público que dispara titulares llamativos y apocalípticos y un cineasta amigo de carismas autoritarios con los que mantenía a buen recaudo sus ansias críticas. Sus películas despertaban indiferencia (lo peor que le puede pasar a un polemista nato) y había perdido el fuelle visual que tenían sus mejores trabajos. Y del mismísimo infierno llegó entonces la figura de Snowden, el hombre que quiso saber demasiado sobre el programa secreto de vigilancia mundial de la Agencia de Seguridad Nacional. Y que tuvo la osadía de hacerlo público revelando secretos que hicieron de él un fugitivo. Snowden es un personaje que encaja como un guante en la galería de tipos creados por Stone. Del idealismo a la decepción, del patriotismo al estupor ante la realidad que le espera en las alcantarillas del poder, donde se manejan los desatinos globales. Un quijote enfrentado gigantes reales. Las buenas noticias son que Stone se mueve con soltura en buena parte de un metraje (demasiado) generoso mezclando las partes que son dignas de un "thriller" en toda regla con pinceladas de la intimidad (y el miedo a que sea espiada) y el pasado de Snowden que no aparecían en el formidable documental Citizen four, demasiado reciente como para no influir tanto en la creación como en la recepción del trabajo de Stone. Más moderado con la cámara que en otras ocasiones, el director imprime un ritmo vivaz en los mejores momentos pero acaba dando vueltas sobre un par de ideas sin profundizar en la personalidad de Snowden y dando una imagen simplona de los complejos asuntos que trata. Bien interpretada (menudo reparto de secundarios, incluido un Nicolas Cage a su bola), Snowden reserva para el épico final su baza más torpe, casi sonrojante.

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