Fotógrafo y periodista. Es uno de los más destacados fotorreporteros españoles

Cuatro décadas en los lugares más oscuros

Carta abierta a James Nachtwey, premio "Princesa" de Comunicación y Humanidades

Admirado James Nachtwey:

Cuando hace unos meses me llamaron de la Fundación Princesa de Asturias para decirme que te habían concedido el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2016 sentí una profunda alegría por varias razones.

La primera porque se premiaba a un fotorreportero especializado en documentar las zonas más oscuras del mundo donde ocurren hechos inimaginables; la segunda porque te admiro profundamente desde hace décadas; la tercera porque todo tu trabajo y, sobre todo, tu forma de trabajar y de contar lo que ocurre, ha ejercido de faro permanente iluminando mis propias fotografías.

Llevo años, décadas, repasando tus imágenes. Primero en las revistas con las que trabajas. Después en libros como "Infierno", el libro ya clásico que publicaste hace más de 15 años.

Quiero explicarte que me gusta pasear mis dedos por los protagonistas de tus historias. Quiero que el dolor que se desprende de ellas, la dignidad con las que posan las víctimas aunque estén a punto de morir o sufran heridas atroces, el sentimiento de soledad que les abruma, me golpee intensamente en mi interior.

Siempre les digo a los estudiantes de fotografía y a los participantes en mis talleres, que si no están dispuestos a sentir en su interior el dolor de las víctimas nunca podrán transmitir con decencia.

No importan que hagan muy buenas fotos, escriban como los dioses y tengan la mejor voz radiofónica o el mejor perfil televisivo. Les repito: No podréis transmitir con decencia.

¿Qué me pasa cuando recorro el mundo de la gran violencia a través de tus imágenes, cuando viajo contigo a Rumanía, Somalia, India, Sudán, Bosnia, Ruanda, Zaire, Chechenia, Kosovo?

Es como rebobinar la historia y regresar de nuevo a los infiernos habituales de los años noventa. El muro de Berlín cayó en noviembre de 1989 y puso fin a la Guerra Fría. Ya lo hemos olvidado, pero aquellos años noventa estaban llamados a ser los más pacíficos de la historia. Pero sólo las fragmentaciones de Yugoslavia o Unión Soviética provocaron más de una quincena de conflictos armados.

Hay que transitar por tus colecciones de fotografías realizadas entre 1990 y 1999 para ser conscientes de todo lo que hemos perdido, de cómo la paz se esfumó cuando estaba muy cerca.

Cómo duelen aquellos orfanatos rumanos y las hambrunas de Somalia y Sudán; cómo duele el genocidio de los tutsi de Ruanda y la debacle humanitaria de los hutus en el antiguo Zaire; cómo duelen las masacres de Bosnia-Herzegovina y la deportación de centenares de miles de kosovares; cómo duele Chechenia en llamas.

Cuánta amargura cuando nos enfrentamos al mundo en ruinas ante la incompetencia, el cinismo y la hipocresía política y diplomática y con nuestras naciones, la tuya y la mía, Estados Unidos y España, y el resto de las más poderosas, haciendo negocios mercantilistas y obscenos en el horror de la guerra.

Cuánta amargura cuando la compasión, de la que tú siempre hablas en tus entrevistas, ha desaparecido de la conciencia de los hombres sin atributos que dirigen los destinos de la humanidad.

¿Las fotografías pueden poner punto final a un drama humano? ¿Pueden influir en los gobernantes más poderosos o en los empresarios menos escrupulosos?

¿Pueden conseguir activar a la opinión pública narcotizada por el espectáculo del entretenimiento para que exija justicia y compasión para los protagonistas anónimos de situaciones calamitosas?

"Yo he sido testigo y estas fotografías son testimonio. Los acontecimientos que he registrado no deberían olvidarse ni repetirse", es tu declaración de principios en la presentación de tu página web.

Pero también te sientes imbuido por un sentimiento ambivalente que te duele en tu interior: "Lo peor es que como fotógrafo me aprovecho de las desgracias ajenas. Esa idea me persigue todos los días. Porque sé que si algún día dejo que mi carrera sea más importante que mi compasión, habré vendido mi alma".

¿Sabes cuál es la respuesta que más duele en un escenario de guerra y que, además, es la más repetida?: "No sé por qué mi país está en guerra o por qué tenemos que huir. No conozco las causas para que hayan matado a mis seres queridos. Todo cambió cuando llegaron hombres armados".

Respuestas tantas veces expresadas por mujeres, niños, ancianos, civiles, pero también por combatientes adultos o infantiles.

Llevas cuatro décadas cubriendo los lugares más oscuros del planeta. Sé que cargas una mochila invisible de dolor, de todo el dolor acumulado mientras presenciabas al Hombre como protagonista de la violencia más descarnada; sé que, posiblemente, algo de ti ha muerto para siempre en cada cobertura al límite.

Sé que siempre buscas aquella imagen respetuosa lo suficiente contundente que provoque una reacción en cadena, aunque muy pocas veces, y eres consciente de ello, lo consigues.

Sé que vuelves a los mismos lugares para ver si algo ha mejorado o si siguen vivas aquellas personas que abrieron las puertas de sus casas para compartir sus penas.

Te imagino buscando explicaciones que permitan comprender por qué aparece lo peor del ser humano cuando todo se desmorona.

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