Javier Morán

A divinis

Javier Morán

La Religión, metafísica del pueblo ruso

Sobre el ideal cristiano de Putin frente al "anticristo" occidental

Vladimir Putin, que sin duda sería un leal votante de Donald Trump, por su odio a Hilary Clinton, acaba de celebrar el Día de la Unidad de Rusia bendiciendo una escultura -17 metros en bronce- del príncipe Vladimir, aquel que en el año 988, al ir a casarse con Ana Porfirogéneta, princesa griega, y siendo pagano con cientos de concubinas y varias esposas, decidió recibir el bautizo cristiano en el río Dniéper y regresar a Kiev con el programa de demoler todo monumento no acorde con la fe recién adoptada y levantar en su lugar grandes templos que iniciaran la cristianización de Rusia.

Desde entonces, Kiev ha sido tenida como cuna de una Rusia creyente bajo la influencia de Bizancio, entonces ya muy alejada de Roma. De hecho, pocas décadas después, en 1054, el Papa y el Patriarca se excomulgaron mutuamente, lo que produjo que la Iglesia rusa nunca fuera hija de Roma. En el 1067 los otomanos iniciaron su banquete del Imperio Bizantino, hasta conquistar finalmente Constantinopla en 1453. En consecuencia, en Rusia surgió un nuevo eslogan: "Dos Romas han caído, pero la tercera sigue en pie. Y no habrá una cuarta porque nadie podrá reemplazar el zarismo cristiano".

Un "zarismo cristiano" que Putin se ha colocado sobre su duro pellejo de ex agente del KGB como si fuera un traje a medida. Y del mismo modo que en la tradición bizantina el Trono y el Altar se hallaban estrechamente vinculados, el presidente ruso no pierde un segundo para darse abrazos con el patriarca Kirill, de la Iglesia ortodoxa, el cual evoca la príncipe Vladimir -de hecho, es San Vladimiro el Grande-, como aquel que escogió con acierto "la verdad" del cristianismo frente las restantes creencias que ya circulaban por la Rusia del primer milenio.

Veamos: si un Papa de Roma insistiera en que el catolicismo es la mismísima "verdad" frente a todos los errores de las diversas creencias, ardería de inmediato en la plaza pública (Benedicto XVI se atrevía a decirlo, pero Francisco nunca lo hará). Pues bien, el autoritativo discurso de un patriarca ortodoxo ruso será siempre más duro que el de un pontífice católico, pero Occidente le ignorará por completo. En ese sentido, la cabeza del Iglesia católica sigue contando con el primado de la relevancia pública.

Pero volvamos a Putin, un maestro de la mezcolanza. Comenzó a aborrecer a Hilary Clinton cuando ésta, como Secretaria de Estado, reclamó transparencia al presidente ruso después de la maniobra con la que en 2008 pasó a ser primer ministro para poder presentarse en 2011 a un tercer mandato presidencial. Otro capítulo conflictivo fue el de la invasión rusa de Crimea, momento en el que Clinton acuso a Putin de hitlerismo. Finalmente, la guerra de Siria ha proporcionado los más recientes encontronazos con la candidata demócrata a la presidencia de EE UU. De rebote, se ha creado un triángulo inquietante entre Putin, Bashar al-Ásad y Donald Trump. Una relación transitiva en la que el candidato republicano anima a Rusia a jaquear las comunicaciones del Partido Demócrata, mientras que Putin respalda al mandatario sirio y éste afirma que "Putin es el único defensor del cristianismo" con el que puede hablar.

Resulta también inquietante que una parte mayoritaria del tradicionalismo y de la conservación católica haya establecido simpatías con Putin por su discurso cristiano y sus posiciones en moral pública. Lo cierto es que cualquier alocución del presidente ruso contiene afirmaciones como ésta: "Podemos ver cómo muchos países euro-atlánticos están rechazando sus raíces, cuyos valores cristianos constituyen la base de la civilización occidental. Ellos están incumpliendo los principios morales y su identidad tradicional: nacional, cultural, religiosa e incluso sexual. Pusieron en práctica políticas que igualan a las familias con las familias LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales); la fe en Dios es igual a la fe en Satanás".

Adviértase que Putin habla de la zona "euro-atlántica", pues en su esquema, que le ha inspirado el pensador ruso Alexander Dugin (llamado "el Rasputín de Putin"), existen dos mundos: el "poder del mar", el de EE UU y sus aliados occidentales; y el "poder de la tierra", bajo la guía de Rusia en la nueva Eurasia, o nueva "ruta de la seda". Para Dugin, el imperio atlantista es el "reinado del anticristo", que sólo será vencido por la "tercera y definitiva Roma".

Pero por la parte de la Iglesia ortodoxa cristiana existen también unas bases para dejarse manosear tanto por Putin (algo que el Vaticano cortaría de inmediato ante el asedio de cualquier poder civil, a excepción de la simpatía que Juan Pablo II sentía por EE UU, lo cual se demostró con tres presidentes americanos arrodillados ante su féretro).

La Iglesia ortodoxa y su teología pivotan sobre un patriarcalismo y una autoridad asfixiante (aquello que tanto se critica al catolicismo en Europa es una pequeñez comparado con las iglesias orientales). Además, el pensamiento teológico ortodoxo se basa en la experiencia de Dios, el culto divino y la vida ascética. Lo demás, como la moral pública o lo que el catolicismo llama la Doctrina Social de la Iglesia, son irrelevantes o son mera "mundanización", el término que la teología ortodoxa utiliza para calificar la teología occidental, tanto la escolástica católica como la protestante, bien sea liberal o conservadora. En consecuencia, la teología occidental, dice la ortodoxia, ha devenido en "logicocracia" y racionalismo, o en "eticocracia".

Con tales mimbres de reducción a la mística, Putin ocupa el discurso público cristiano y ha forjado un "nacionalortodoxismo" bajo parámetros similares a lo que fue, salvando las distancias, el "nacionalcatolicismo" español del franquismo. Así, en un país en el que florece la corrupción, pero de economía menguante y de población que se reduce en un millón de habitantes por año, el presidente Putin ha redescubierto cómo suministrar de nuevo el opio del pueblo. Es más: si la religión es la metafísica del pueblo, puede ser también el andamiaje de la tercera Roma. A mayor gloria de San Vladimiro Putin.

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