Crítica / Música

Sinfónica jornada

La dirección de Yaron Traub concentró el interés interpretativo de la segunda parte del concierto

"Proyecciones sinfónicas" del joven compositor Gabriel Ordás (Oviedo, 1999), abrió el programa y en forma de obertura conmemorativa de celebración, como obra de encargo en esta temporada 25 de las Jornada de Piano. La relación pianística de la obra con las Jornadas resulta tangencial, aunque este instrumento para Ordás "se muestra fundamental en el desarrollo de la misma, cumpliendo una función principalmente unificadora tanto en el plano temático como textual. Aun así no habrá de ser considerado como instrumento solista". Evidentemente, no tiene para el que escucha un peso más allá del simbólico que pueda tener en la obra, o el hecho mismo de ser el piano desde el que se "proyecta" lo sinfónico. En las notas al programa del crítico de diario ABC Alberto González Lapuente -que no hace mucho protagonizó una cierta polémica con una doctora asturiana sobre la utilización más o menos textual de parte de una crítica previa de la musicóloga-, señala acertadamente, que el detalle en Ordás es la "demostración de una inquietud artística de una carrera iniciada con tres años para adentrarse en una prioridad profesional". La obra emerge en su despliegue con una solidez ya categórica en el plano estético, nada evidente en su planteamiento y sin definirse en una corriente "contemporánea" específica aunque, en cualquier caso, ni quiere ni pretende alejarse el compositor -su obra- del oyente. Con "una primera sección más reposada y reflexiva -algo menos de un tercio inicial de la obra, partitura en mano, también en la escucha del estreno- que deriva en un pasaje fugado y más agitado, se extiende desde la nada al clímax, momento de culminación y alegría remarcado por el redoblar de las campanas y por las fanfarrias de las trompetas, las cuales destacan sobre una colorida orquestación", leemos entrecomilladas las palabras del compositor en las notas. Con una segunda sección que puede tener dos partes cuando se produce, en palabras del propio autor, con el sujeto tonalizado "un enfoque hacia lo tonal al final de la obra".

La composición, se muestra, crece, se expande in crescendo con un lenguaje ya personal y claro dominio técnico de la paleta orquestal, y es justamente destacable, incluso al lado de una interpretación del "Concierto para piano Nº 5 en Mi bemol Mayor, op.73, "Emperador", de Beethoven, muy pulcra y sensible debida a la pianista Varvara [sic.] que, pese a su impecable lectura, resultó algo edulcorada, más románticamente amable que cercana en carácter al subtítulo de la obra beethoveniana. Imaginarse a Beethoven al piano de su propia obra y lo escuchado -su tendencia era al lucimiento en la improvisación más que al cuidado extremo en la interpretación de sus propios conciertos-, se antoja un difícil ejercicio estilístico. Las Jornadas como las concebía Luis Iberni tenían carácter festivo por lo extraordinario, pero cuando después de un auténtico monstruo pianístico como Volodos se ofrece a los pocos días esto, no se mantiene un nivel. La segunda parte concentró el interés interpretativo del concierto, debido a la gran labor realizada desde la dirección por Yaron Traub, fenomenal trabajo plasmado al ofrecer una "Cuarta" sinfonía de Tchaikovsky que tuvo interés propio, con un extraordinario trabajo disciplinar de mimada expresión, del control dinámico y de la planimetría. Un ejemplo de perfecto dominio del "dibujo" orquestal fue el Pizzicato ostinado. El cuarteto de trompas estuvo perfectamente compactado, al nivel del resto del viento -el analfabetismo musical alimenta el monstruo de la osadía-, y un plus de entrega por parte de todos los músicos hizo el resto en el Tchaikovsky sinfónico.

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