Tino Pertierra

Así nace una decepción

De escritura endeble, realización tosca e interpretación irregular, la película de Parker se lleva la palma como cine sobrevalorado

Bendecida por un festival del Sundance que camina hacia la irrelevancia y ensombrecida por la polémica que persigue a director y guionista, procesados en 2001 por una acusación de violación, "El nacimiento de una nación" es una película de escritura endeble, realización tirando a tosca y con un reparto de irregular talento que cojea especialmente en lo que se refiere a Nate Parker, incapaz en muchos momentos de transmitir todo el vendaval de sentimientos a menudo contradictorios que cruza el interior de su personaje. Un personaje escrito a brochazos con escasa sutileza y reducido a una acumulación de episodios escasamente convincentes más propios de un resumen de la Wikipedia que de una película que pretende ser seria y rigurosa. Baste con ir al final para toparse de frente con la falta de consistencia del conjunto, con una escena de martirio que incluye una aparición angelical que produce sonrojo ajeno, y no tanto por esa inesperada irrupción que podría considerarse una vía sarcástica para poner en duda la condición de rebelde auténtico de Nat Turner reduciéndolo a un mero fanático al que se le fue la pinza, como por la torpeza con la que está realizada.

¿Líder a la fuerza? ¿Profesta alucinado? ¿Revolucionario alucinante? Este predicador que creía a pies juntillas en las señales del cielo, mostradas con cierta tendencia hortera en la pantalla, era y es todo un misterio, como lo era el Newton Knight que interpretó Matthew McConaughey en la reciente, y de hechuras similares, "Los hombres libres de Jones". Sin ser una obra lograda del todo, al menos "12 años de esclavitud" era mucho más arriesgada y firme en sus planteamientos y no se limitaba a seguir vías típicamente hollywoodienses como en el caso de Nat Parker, que entrega en la primera parte de su película todo un ejercicio de narración convencional con las peripecias del niño Nat (un actor bastante flojo, por cierto), sus relaciones con los blancos piadosos, su camino hacia la lectura y sus primeros contactos con la crueldad de algunos amos. No faltan las metáforas obvias (la herida que mancha de sangre el algodón) ni la inevitable escena de la subasta de esclavos, rodada sin garra. Solo cuando empiezan los horrores del racismo a ultranza la película empieza a carburar como denuncia a grito pelado de aquella infame situación. La brutalidad de la escena en la que rompen los dientes a unos esclavos para forzarles a comer, el castigo a latigazos o la violación en grupo van preparando el terreno para la rebelión. Son momentos que funcionan por su contenido horrendo, no porque la cámara de Parker esté especialmente certera. Y el abuso de la música con la que manipular al espectador se vuelve a veces en contra de sus pretensiones realistas. Parece a ratos una especie de "Braveheart" más que una obra alejada de los corsés comerciales de Hollywood. La contradicción del mensaje de Turner, que primero usaba la Biblia para justificar la sumisión y luego para lo contrario, está apenas esbozada por un guión al que le falta profundidad y le sobran coros infantiles, perjudicado por la falta de carisma de Parker en sus parlamentos revolucionarios. Sirva "El nacimiento de una nación" como una buena razón para recordar aquellos hechos deleznables que mancharon y manchan la historia de los Estados Unidos, y más ahora en los tiempos de Trump, pero cinematográficamente muy por debajo de las expectativas creadas y coreadas. No dejemos pasar, en cualquier caso, la mejor escena de todo el metraje: el último encuentro del protagonista con la mujer que ama. No le vemos a él. Solo a ella. Solo su mirada. Solo sus silencios. Bellísimo instante sobre el nacimiento de una emoción.

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