La memoria ultrajada

Necesaria aproximación a los horrores de la dictadura uruguaya

Las migas de pan servían a las presas de la dictadura uruguaya como una vía de escape a la atrocidad: para pasar el tiempo haciendo artesanía con ellas o para hacerles llegar a las compañeras aisladas que no estaban solas. Un símbolo y una manera de amenizar el encierro. Un título amable de rejas omnipresentes para una película que en sus mejores momentos no lo es. El tronco principal dedicado a narrar las violaciones, torturas y vejaciones de todo tipo sufridas por las mujeres encarceladas por oponerse a las bestias uniformadas escapa con acierto del tremendismo: basta con el sonido de unos gritos o la música bailable que acompaña la danza del espanto o un plano de un montón de cuerpos semidesnudos y encapuchados sobre colchones pestilentes para que el horror quede retratado. La estancia posterior, consumido parte del ardor inhumano de los captores, ya es más convencional y no faltan los lugares comunes del cine carcelario, desde el pajarito convertido en un punto de contacto con el exterior hasta la rebelión colectiva a una orden vil o la decisión trágica de una compañera. No puede restarse a la directora ningún mérito a la hora de sacar adelante un proyecto con el que restriega a la sociedad de su país el cobarde olvido en el que ha vivido cómodamente instalada, apreciando en lo que vale no sólo su honestidad ética y estética. Sin embargo, Migas de pan se muestra un tanto precipitada a veces como en la torpe escena en la que una esforzada aunque no siempre creíble Justina Bustos atraca en un portal a una pareja con una falsa pistola, y tiene alguna sobredosis de diálogos que explican lo obvio. Lo peor, y esto ya es una cuestión de opciones personales, es que la película desaprovecha el personaje de Cecilia Roth (y de paso a una gran actriz) pasando de puntillas por una parte muy interesante de la historia: una vez presentada la denuncia correspondiente, Rodríguez se conforma con una solución conciliadora con el hijo que le arrebataron y deja en suspenso asuntos clave: ¿qué pasará con la cruzada de esas mujeres que fueron violadas?, ¿qué ocurrió y qué ocurrirá con los culpables?, ¿cómo acepta la sociedad uruguaya ese intento de remover el pasado y pedir justicia?

Migas de pan termina cuando no ha hecho más que empezar, calzando en un arrebato de sentimentalidad musical las Palabras para Julia para que la emoción amortigüe la rabia.

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