Tino Pertierra

Confesiones en los espejos del horror

Qué chasco nos llevamos con Andrei Konchalovsky allá por los años 80. Después de su monumental Siberiada alquiló su talento a Hollywood para películas irrelevantes aunque en todas ellas había momentos de gran belleza y/o intensidad dramática (Los amantes de María, El tren del infierno, Ansias de amor o Homer y Edie). Bueno, también firmó Tango & Cash con Stallone aunque en su descargo hay que decir que le echaron antes de acabar el rodaje. Expulsado o fugitivo del paraíso hollywoodiense, Konchalovsky parece recuperar parte de las ganas de pelea con El cartero de las noches blancas y esta Paradise que abarca más de lo que puede apretar y se marea de tantas vueltas que da para no llegar a ningún sitio. Eso sí: la capacidad del cineasta para forjar imágenes brillantes permanece intacta. No hay momentos tan deslumbrantes como la de aquel tren precipitándose al infierno pero sí instantes que encogen el ánimo.

Por ejemplo, esa ejecución del colaboracionista en presencia de su hijo con el último pitillo consumiéndose en un hormiguero. Sin mostrar nada, contándolo todo. Por ejemplo, la soledad aterrorizada de un monstruo entre la niebla mientras unas figuras amenazantes se desgajan de ella convirtiéndole en un ser humanizado por el miedo. Por ejemplo, ese plano absolutamente genial en el que dos niños caminan entre cadáveres como si no fueran conscientes del horror, o siéndolo pero sin que les importara porque tienen la mirada ya encallecida. Y sonríen. Y uno se sale del plano. Y vuelve.

Lo malo es que Paradise, que empieza con sarcasmo cruel entre gritos y puñetazos a las puertas de las celdas, se pierde entre monólogos interminables de los tres personajes (la presa, el nazi y el confidente) mirando a la cámara explicando quiénes eran y por qué hicieron lo que hicieron, y cuando se trata de abordar el espanto de los campos de concentración el director se queda a mitad de camino y resulta (salvo en la escena del arrastre y los portazos en la cabeza) irrelevante, superficial, inofensivo. Con todo, las excelentes interpretaciones y los fogonazos de buen cine hacen de Paradise una que vale la pena anotar.

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